El white savior y los celtas que no consumen

David Chipperfield, Casa en Corrubedo. Foto: Hélene Binet.

Sir David Chipperfield, arquitecto, medio vive en Galicia. El pasado 10 de agosto, Arquitectura y Diseño publicaba una entrevista donde, de nuevo, se comportaba como el white savior arquetípico que es para dejar claro lo mucho que le gusta habitar un refugio rodeado de buenos salvajes1 o, lo que es lo mismo, dejando patente su comprensión ultraliberal del territorio, en la que éste se comporta como una especie de depósito que contiene los deseos de autenticidad de quien lo coloniza.

El arquitecto inició una práctica profesional independiente después de independizarse del estudio de Norman Foster en algún momento de los ochenta que, después de un camino que él considera arduo y tortuoso cuando en realidad representa una espiral de éxito ascendente -eso sí- bastante meritoria, se convierte en una práctica global con centenares de empleados repartidos por sus cinco sedes: Londres, Berlín, Milán, Shanghái, Santiago de Compostela. No entraré demasiado en su (bastante digna) obra, que suele mejorar cuando el arquitecto se implica en ella de manera personal. Pienso particularmente en Berlín, donde Chipperfield reside parte del año, ciudad que ha mejorado con diversos proyectos de mérito y donde tiene las que probablemente sean las dos obras que le harán pasar a la posteridad: su trabajo en la Isla de los Museos, que le ocupa desde 19972 y que probablemente se extienda más allá de su muerte, y la restauración de la Galería Nacional, obra de Mies van der Rohe, proyecto donde puso todo su talento al servicio de un trabajo invisible que valora la obra original y la actualiza por cincuenta o sesenta años más3.

Actuación de Chipperfield en la Isla de los Museos, Berlín. Foto: Simon Menges.
La Galería Nacional de Berlín, actualizada por Chipperfield. Foto. Simon Menges.

Chipperfield pasará a la historia de la arquitectura haciendo lo que hace cualquier arquitecto destinado a figurar en sus páginas: construir, y construir bien. Esta contribución a la construcción es aquello por lo que se lo juzgará y aquello por lo que, incluso cuando sus sombras queden al descubierto, saldrá airoso de este juicio.

Los edificios, exceptuando experimentos capitalistas, sueños de dictadores balcánicos o divagaciones teóricas realizadas por arquitectos flipados, tienen la costumbre de no moverse del sitio por lo que, si no resides en sus inmediaciones, deben de ser mostrados de algún modo para que sepamos de su existencia. Esto requiere de una estrategia de comunicación que acerque esta obra a un público elegido. Aquí es donde Sir David ha fracasado miserablemente.

Sir David tiene una relación personal de treinta años con Galicia producto de veranear primero, y residir durante gran parte del año después, en Corrubedo, una relación consistente en pasearse por el lugar sin conocerlo, despreciando incluso herramientas de comunicación tan fundamentales como son los dos idiomas hablados en el lugar, gallego y castellano, lo que recalifica parte de su obra, realizada atendiendo al lugar únicamente desde su relación con su clima y el entorno cercano entendido como forma, con poca o ninguna implicación con la cultura local. Sus proyectos en Seúl, Ciudad de México, L’Hospitalet de Llobregat, Salerno4 o Atenas pueden entenderse más desde su trayectoria personal que desde la relación con el lugar. En suma, gran parte de la obra de Sir David se ha proyectado desde el cosmopaletismo más rancio sin que, paradójicamente, ello afecte a la calidad de las obras5.

Chipperfield no se ha preocupado de generar pensamiento sobre una obra que ciertamente los merece. En su lugar, en 2017 el arquitecto inauguró la Fundación RIA6 que, con sede en Santiago, ha sido absolutamente incapaz de ser percibida como nada que no sea una maniobra de promoción personal de un Sir que, no contento con su obra, se ha unido a la plétora global de arquitectos-con-una-pésima-comunicación que les ha llevado a ser percibidos como influencers por otros arquitectos y, en el mejor de los casos, a ser irrelevantes -o, en el peor de ellos, a quedar como unos pijos indecentes- para el público en general.

Sólo así pueden entenderse la entrevista antes mencionada, o la concedida el 4-11-23 a El País, donde aceptaba venderse como salvador de ese Corrubedo al que siempre ha visto en planta, entrevistas que demuestran cómo un triunfador puede sentirse frustrado por una percepción sesgada y victimista de sí mismo, y por qué hay que separar siempre el autor de su obra.

Las Chipperfield, salvando Galicia. Crédito fotográfico desconocido.

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