María Fandiño_ Explanada do Horizonte

Foto: Jaume Prat

La ciudad es un interior sin exterior. Sus murallas han sido suplidas por una sucesión de tierras de nadie, solares vacíos, polígonos industriales, centros comerciales, suburbios de vivienda en cul-de-sac, grandes equipamientos e infraestructuras más vulgares y anodinas cuanto más alejadas estén del centro surcadas por grandes vías de salidas sin otra definición formal que la sucesión de lámparas de sodio a baja presión que las hace tan fotogénicas de noche como inhóspitas de día.

El rural, en cabio, es un continuo formado por una superposición de polos de actividad privados y públicos cuyos habitantes viven más o menos ligados a la tierra o al mar o, si se tercia, trabajan en las industrias locales. El rural son sus conexiones, siempre demasiado dispersas como para poderlas dotar de transporte público eficaz, y sus nodos de actividad o de espacio público como polo de atracción ligado a los equipamientos necesarios: escuelas, centros de salud, Ayuntamientos o espacios de reunión.

La costa sur de las Rías Baixas entre Baiona y el estuario del Miño está formada por rocas graníticas batidas por las olas, una franja de tierra estrecha con aluviones cuaternarios donde es posible el cultivo en primera línea de mar en campos delimitados por muros de piedra seca separados del agua por barreras de cañas que paran viento y salazón, un territorio gris y verde, agreste, duro y muy bello batido por el viento y por un mar que no se sabe de qué color es. La dificultad de cultivar estas parcelas es tal que muchas de ellas se abandonan por no resultar rentables. Sí: en los tiempos del quilómetro cero no hay interés suficiente para el cuidado de los campos que lo deberían posibilitar. Este territorio ha encontrado una salida en el Camino de Santiago por la Costa, que jamás había existido, porque los caminos tierra adentro son más seguros, y que ha devenido un éxito instantáneo, aportando un balón de oxígeno económico al lugar.

Foto: Jaume Prat
Los muros del lugar. Foto: Jaume Prat.

A unos cinco quilómetros al norte de A Guarda1 queda Portecelo, una pequeña conurbación dependiente del municipio de O Rosal. Los residuos de las obras de la carretera que conecta A Guarda con Baiona fueron depositados en primera línea de mar, terraplenando parte de las rocas hasta convertirlas en una explanada que se reusó rápidamente como aparcamiento. Una subvención de la Xunta de Galicia para obras de mejora paisajística en el Camino de Santiago permitió proponer una intervención de recuperación medioambiental del lugar para convertirlo en la plaza de la que el pueblo carecía. El proyecto resultante es la Explanada do Horizonte y su autora, María Fandiño.

Foto: Jaume Prat.

María quiere el lugar profundamente, y conoce su estructura física y social. Su idea fue sencilla: sacar el relleno, recuperando el substrato de rocas para luego intervenir lo justo como para producir el lugar de encuentro. Lo que fue más complicado de lo que parecía porque este substrato no estaba cartografiado. Sacar el relleno implicó trabajar intuitivamente, lo que demandaba atención constante, direcciones de obra diarias y el reajuste incesante de un proyecto consistente en unos pequeños muros de contención -ninguno de ellos llega al metro de altura- que aplanan zonas de actividad -juegos para niños, bancos para sentarse- sin llegarlas a delimitar: la misma lógica de ocupación de los campos de cultivo resuelta con los mismos muros construidos con las mismas técnicas que los operarios locales conocían2. Contra las casas, un chiringuito resuelto con materiales ligeros y pérgolas creadas por las mismas redes de pescadores con las que se suelen resolver las vallas que realzan los muros y protegen los cultivos.

Primer boceto de María Fandiño para la explanada (2017), con una rasante de los muros diferente de la construida.
Estado previo. Foto: María Fandiño.
La explanada en obras desde el mismo punto de vista. Foto: María Fandiño.

La Explanada do Horizonte es una visión personal, una obra tan consistente como un cuadro, una película o una novela. La caligrafía de los muros, siempre con la testa horitzontal3, conduce las vistas, delimita el espacio sutilmente marcando la diferencia entre un acantilado y un espacio intervenido. Juegos de niños como secaderos de congrio. Vegetación autóctona subrayando, matizando, a veces borrando geometrías. Y el Atlántico como fondo y caja de resonancia, brillando, absorbiendo luz, trayendo lluvia, sonando, variando a cada momento. Una presencia constante. Un horizonte que te busca.

Foto: Jaume Prat.
Foto: Jaume Prat.

… y un epílogo: Sweet Dreams (Are Made of This).

Las percebeiras quieren el mar con una intensidad que no creía posible. El suyo es un trabajo duro, físicamente exigente y arriesgado. Viven el mar. Se sumergen en él. Lo sufren. Cuando terminan el trabajo suben a la Explanada, también punto de control y lugar de trabajo, piden café y lo vuelven a mirar. Por la tarde llevan a sus hijos a jugar allí y lo siguen contemplando. Las percebeiras son el mar.

La relación de la explanada con Portecelo. Foto: Jaume Prat.
El chiringuito como espalda. Foto: Jaume Prat.

El interior del chiringuito es divertido, cálido, amable. Tienen una tele que funciona como radio enchufada a un canal de música guay de los ochenta. A veces ponen TVG, y sirve como fondo para las conversaciones.

En el extremo norte de la Explanada hay tres sillas que miran al infinito. Una ilusión óptica las deja colgadas sobre el mar. En realidad están sobre una parte de relleno que no se pudo tocar por la presencia de una fosa séptica en un lugar donde no existe red alcantarillado todavía.

Kaspar Friedrich las hubiese podido pintar. Luego se habría girado y habría entrado a pedir un pincho de tortilla.

Haciendo las dos cosas habría entendido el proyecto.

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