(Fotos: Rafael Vargas, excepto indicadas.)
La arquitectura interesa. Las fachadas de las casas nos dicen en qué ciudad o país estamos. Viajamos para visitarla. Pagamos para acceder a sus interiores. Cuando paseamos, nos orientamos con ella: ve hasta el edificio rojo, gira la esquina, verás una esculura y dos bancos: es allí. La arquitectura nos interesa lo suficiente como para definir nuestra cultura -y para juzgar las otras- a través de ella.
La definición de las arquitecturas que interesan es azarosa: su presencia en una película, su atención mediática, su presencia en un cuadro o fotografía famosos. Cosas así. Otras veces es más objetiva: un edificio grande atraerá más la atención que uno pequeño. Un edificio céntrico tendrá más oportunidades que uno de periférico. Uno público tendrá más facilidades para ser famoso que una vivienda, etcétera. Lo que suele ser bastante seguro es que los edificios que interesan a los arquitectos no suelen interesar al público. Los premios y las publicaciones especializadas se caracterizan por su irrelevancia. No llegamos al público no especializado y, a menudo, tampoco a nuestros compañeros de profesión. Dicho de otro modo: lo que gusta a los representantes de la arquitectura no suele tener mucho alcance, sea por estar necesitado de un bagaje cultural hermético, sea por ser producto de un cuento moral salido de los delirios de un predicador laico, alejando el debate arquitectónico de aquellos edificios que sí llaman la atención. Le pésima calidad de las explicaciones de la arquitectura representativa también ayuda a este panorama.
La torre situada en la plaça Europa, 34 del Hospitalet de Llobregat es llamativa.
Contexto: en el último tercio del siglo XX, la Gran Vía, una autopista a cielo abierto sucia y ruidosa, partía la ciudad, segregando una serie de barrios industriales y polígonos de vivienda del centro de la ciudad. El sur de la Gran Vía era la periferia de la periferia, una tierra de nadie inaccesible y desangelada que la ciudad saltó gracias una gran inversión en infraestructuras rematada por el buen hacer del estudio de arquitectura de Albert y David Viaplana, padre e hijo, que en 2007 se sacaron de la manga un plan urbanístico tan brillante que ha la plaza Europa en una de las zonas arquitectónicamente más relevantes de toda el área metropolitana a base de jugar con las rasantes para crear un plano continuo enteramente paseable sobre el que disponer un rosario de edificios organizados como si de una escultura se tratase. Las masas de las torres, los edificios-zócalo, los espacios vacíos intermedios, forman parte de una gigantesca composición que unifica la zona, arreglando de golpe todos los problemas. La apuesta continuó con la reubicación de la puerta de la Fira de Barcelona y con la construcción de dos centros comerciales que han creado un polo de atracción que ha dado la vuelta al barrio de Santa Eulàlia, que ha pasado a vertebrarse y respirar por esta zona. El plan ha salido bien. Los edificios, no tanto: la mayoría son desangelados y tristes. Unos cuantos hitos han salvado el conjunto, dotándolo de un carisma excepcional: la puerta Fira, roja y sinuosa, proyectada por Toyo Ito, el hotel de Jean Nouvel, que tiene el mejor atrio de toda la ciudad de Barcelona, una acumulación de palmeras abierta a los elementos en toda su altura, y los edificios-zócalo proyectados por los Viaplana y RCR arquitectes. La torre de viviendas que construyó MBM arquitectes es también interesante, y la torre Copisa, obra de Óscar Tusquets1, se erige en un curioso homenaje a la arquitectura de los Viaplana.
La torre Europa 34 -que en algunos lugares aparece nombrada como Torre Puig2- es obra de GCA arquitectos, una firma multinacional de arquitectura2 destinada a construir proyectos de una cierta envergadura, muy estructurada y profesionalizada. No puedo esconder mi admiración por los mecanismos de creación que usan este tipo de firmas, caracterizados principalmente por una gran economía de medios3. Esta torre es un buen ejemplo de ello: metros cuadrados bien dispuestos y servidos4, la dosis justa de arquitectura para conseguir que una volumetría producto de unas ordenanzas tenga gracia y sentido.
El proyecto: un monolito de unas veinte plantas dividido en un zócalo y cuatro módulos de cinco alturas. El primero y el tercero son iguales. El segundo y el cuarto, también. La única diferencia entre estos módulos es la posición de dos pequeños mordiscos que animan la volumetría. Las plantas son libres, y se alimentan por un núcleo de servicios -escaleras, ascensores, baños, instalaciones, que ocupan eteramente la fachada noreste, cegándola casi por completo.
La profesionalidad de la firma hace el resto. El diseño del muro-cortina, las separaciones entre módulos, las entregas entre el vidrio y el cuerpo ciego, son exquisitos. El acceso funciona. El zócalo inferior está bien puesto. El edificio ha conseguido los sellos de sostenibilidad más exigentes. El conjunto se proyecta con aquella elegancia que dan los gestos mínimos y medidos. Nada de esto, sin embargo, contesta la pregunta que ha originado este artículo: ¿Por qué llama la atención este edificio?
La torre, como todas las de la plaza Europa, resulta sorprendentemente pedestre. Arranca limpia desde el suelo, alimentada por una calle y diversos senderos peatonales. La torre es urbana, incluso doméstica. Paseable. Un hecho tan banal como poderla rodear y tocar le da humanidad. La torre tiene tres escalas: la del peatón, la del barrio, reflejada en los módulos que la parten en cuatro, y la de la plaza, a la que se ofrece en toda su altura. La torre es, pues, un pedazo de edificio, una especie de masa de vidrio que, a través de sus detalles, consigue dotarse del carisma suficiente como para medirse sin estridencias con sus vecinos más ilustres.
No existe edificio más ausente, más objetual, que una torre. La maqueta de una torre es un objeto, y puede usarse como altavoz o como mueble-bar5. Las torres son el producto de nuestra voluntad de afirmarnos, de llamar la atención, de representarnos. Las torres son herederas directas de los menhires. El conjunto de la plaza Europa es el heredero directo de un monumento tan famoso como Stonenghe. Una torre está diseñada para ser mirada. Una torre tiene un interior, privado e inaccesible, que sólo interesa a sus pocos habitantes, y unas fachadas exteriores extremadamente visibles. . Una torre crea un paisaje. Una torre es un paisaje. La torre Europa, 34 se suma a los elementos que caracterizan la plaza Europa. La torre, pues, funciona por sí misma, mejora su entorno y no estorba. A veces no se necesita más.
1_ Óscar Tusquets es víctima permanente de una primera etapa de su carrera -gran parte de ella con Lluís Clotet- que roza la perfección. No se puede competir contra esto. Tampoco ayuda que sus libros -Tusquets es un escritor remarcable- estén muy por encima de su última obra.
2_ Grande para los estándares catalanes. En otros países sería normal tirando a mediano, factor explicable, en parte, por el desprestigio de este tipo de firmas entre los arquitectos.
3_ Los mismos que suelen considerarse como excelentes por las mismas escuelas de arquitectura que han renunciado a enseñar estos edificios en favor de otros mucho más sobrediseñados.
4_ Que no distribuidos. No es competente pensar en distribuciones de oficinas cuando se piensa a escala urbana. Esto es tarea de los interioristas.
5_ Como bien sabe Eduardo Souto de Moura, que usa la bellísima maqueta de su primera torre como tal.