Frank Gehry, vete a la mierda.

En la rueda de prensa de concesión de su Premio Príncipe de Asturias de las Artes Frank Gehry, haciendo una peineta, mandó a público y críticos a la mierda proclamando que su obra pertenecía al 2% de la arquitectura que, según él, es decente. Esta afirmación fue apoyada por un número significativo de arquitectos importantes.

Foto: El Correo.

Lo primero que implica aceptar esta afirmación es la constatación del fracaso de la enseñanza de la arquitectura -malas escuelas pobladas por malos profesores incapaces de transmitir conocimiento- y del fracaso del reconocimiento social del arquitecto por parte de unas instituciones que permiten que el 98% de sus profesionales enseñen y construyan mierda.

Esta afirmación nos lleva a una pregunta obvia: ¿Qué entendemos por buena arquitectura? Jamás he sabido encontrar una respuesta canónica a ello. A cambio, he consultado tres fuentes que, se supone, deberían de trabajar con buena arquitectura: los tratados de historia, las arquitecturas publicadas y un subconjunto de ellas, las arquitecturas premiadas. Estas tres fuentes dejan de lado dos grupos importantes de arquitecturas:

_Las elaboradas por profesionales que operan al margen de cualquier publicidad o reconocimiento, sea porque no les interesa, sea porque no pueden acceder a él.

_El tejido construido. El paisaje, sea urbano, periurbano o rural. Este paisaje es el marco mental en que tanto ciudadanos como artistas -cineastas, literatos, etcétera- entienden el territorio y la arquitectura, un público con capacidad para fijar su propia mirada, con capacidad para orientarse y reconocer sus propios hitos e iconos, lo que crea la enorme distancia que existe entre las arquitecturas publicadas y los paisajes referenciales.

Respecto a la calidad de estas arquitecturas anónimas, mi caída del caballo fue una visita casual a la nueva casa de la hermana de una amiga. Emplazada en medio de una de las múltiples hileras de viviendas unifamiliares apareadas que pueblan la parte alta de una urbanización de finales de los sesenta, sólo fui capaz de encontrarla gracias al nombre y el número de calle. Sorpresa: la casa es espléndida. La entrada se produce bajo un volumen de aire creado por un retranqueo que deja un trozo de falsa fachada haciendo sombra a un ámbito que se prolonga al interior mediante una doble altura que forma un recibidor doméstico y acogedor. Los espacios de vida se abren contra un patio bien modulado en sección. Las ventanas están bien puestas y mejor proporcionadas. La casa es flexible, eficaz y bella. Una crítica de arquitectura canónica no encontrará nada a objetar.

La promotora tenía un modelo de casa individual brillante, así que lo repitió ochenta, cien veces. La individualidad funciona. Subirla de escala, no. El conjunto es asfixiante y antiurbano. La paradoja es que no se habla de este factor de escala en las publicaciones, donde el sentido de la originalidad -sea lo que sea esta originalidad- se da por descontado. La repetición se ha expulsado de los premios. Si prescindimos de ella, el modelo de la casa original es tan bueno como cualquiera de los que se publican habitualmente. Cosméticamente ajustada, esta casa podría ganar perfectamente un premio FAD.

Frank Gehry es un magnífico arquitecto marcado por la ambición de dejar huella en la historia de la arquitectura. A los 49 años conseguirá el prestigio que persigue con la construcción de su propia casa, que rehabilita y trasciende una casa suburbial genérica mediante un proyecto que sistematiza e instrumentaliza el exceso. La operación consiste en forrar la casa con una especie de fachada-valla osada y extravagante que convierte los espacios intersticiales entre las dos construcciones en los espacios principales de la casa. El resultado dará la vuelta al mundo. Insatisfecho, perseverará hasta que a los 68 años, edad en que un grueso importante de la población activa occidental se ha jubilado, inaugurará el Museo Guggenheim de Bilbao, con el que conseguirá crear el icono global que siempre ha perseguido. Todos los edificios buenos que saldrán de su estudio después -mención especial a la Eight Spruce Street de Nueva York, la primera torre que construye- estarán cortados por el mismo patrón: arquitecturas que leen su entorno de modo estridente, aparatoso curiosamente proporcionadas y serenas. Las obras de Gehry suelen ser originales y singulares. Como nadie puede ser rompedor y creativo de manera sostenida, esta voluntad deviene rápidamente profesionalización y método. Una vez de tantas están inspiradas. Otras, como el Museo Guggenheim de Abu Dhabi, ahora terminándose, son farragosas, torpes y tan malas que manchan su carrera.

Eight Spruce Street, Nueva York: la torre-paisaje. Foto: Mark Lamster / The Architectural Review.

La postura de Gehry es cualquier cosa menos aislada. El grueso de la arquitectura publicada, puestos a inventar porcentajes, el 98% de ella, tiene la misma voluntad icónica que su arquitectura. Los iconos contemporáneos han trasladado la aparatosidad y el exceso del plano visual al conceptual, o incluso al moral. La obra estándar contemporánea vale por lo que su explicación o por su capacidad de devenir un objeto moral. Dicha obra se explicará aislada y descontextualizada de un modo todavía más extremo que en los casos de éxito de Gehry: si la comunicación es virtual, el entorno no tiene sentido.

¿Por qué, entonces, Gehry y tantos otros califican el 98% de lo construido como mierda?

La respuesta, recuerdo, radica en la cosmética. No se trata de hacerlo diferente, sino de que lo parezca. No se trata, en suma, de arquitectura, sino de decoración. En el mejor de los casos, de buena arquitectura presentada como decoración. La estética es el juez supremo de la arquitectura.

Luego viene la falta de perspectiva histórica con que miramos la arquitectura contemporánea. Los rasgos que pueden hacer sentir que el 98% construido es una mierda se pueden resignificar en poco tiempo. Sólo tenemos que recordar la mirada contemporánea sobre las arquitecturas que se produjeron tras el Telón de Acero, o cómo han dejado de ser aspiracionales las casas burguesas norteamericanas -las mismas que Gehry transforma en su casa-, o la nueva mirada hacia algunos polígonos de los sesenta en nuestro país para entenderlo.

Haus der Statiskik (1970), Berlin. Proyectada por los arquitectos Manfred Hörner, Peter Senf y Joachim Härter, es una de las obras socialistas prestigiadas y puestas en valor recientemente. Foto: Making Futures.

Existe, todavía, un factor todavía más grave en la afirmación de Gehry: su total ausencia de perspectiva de clase. Cuando Gehry afirma lo que afirma está reivindicando una arquitectura exclusiva y cara para unos pocos privilegiados. La arquitectura social no le interesa. Quien está de acuerdo con él reivindica una arquitectura minoritaria para un público minoritario. La consolidación de una aspiración. Un sello de clase. Nada más.

Casa para invitados para Michael Eisner (2019): la arquitectura que Frank Gehry disfruta proyectando. Foto: Christopher Sturman.
Dos casas para los damnificados del Katrina, Nueva Orleans: Frank Gehry construyendo -y siendo denunciado- por su arquitectura social.

2 comentarios

  1. ¿Qué entendemos por buena arquitectura?
    Buena pregunta difícil de contestar.
    La afirmación del fracaso de la enseñanza de la arquitectura -malas escuelas pobladas por malos profesores incapaces de transmitir conocimiento, puntualizó: Profesores que intentan trasmitir un conocimiento que quizás no poseen. Cómo va a enseñar alguien a hacer buena arquitectura cuando ni siquiera han ejecutado ni una sola obra arquitectónica, ni pequeña ni grande. Nos sobran las retóricas teóricas y nos faltan arquitectos » de veras»

    1. Es complejo. Bolonia fuerza a profesionalizar la docencia, y los profesores asociados -que son el colectivo que tendría que tener el contacto con la profesión- se han resignificado como puerta de entrada a la carrera académica.
      La frase, igualmente, era irónica, pero tenía un trasfondo serio: la idea que no se puede afirmar que el 98% de la arquitectura está mal hecha sin asumir responsabilidades. Espero que haya quedado claro que estoy en contra de ella.

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