La Jungla de Cristal en 3D

El punto de inflexión más importante de toda la historia del cine no es la llegada del sonoro, sino un hecho mucho más reciente: la sustitución en 1967 del Código Hays (el sistema de censura que creó el Hollywood clásico) por una clasificación de las películas por edades. Al año siguiente se estrenaba The Detective1, una película sórdida y oscura protagonizada por Frank Sinatra, que interpreta a Joe Leland, un detective de la Policía de Nueva York que ha de investigar un asesinato. La película se basa en la novela homónima de Roderick Thorp. Tres años más tarde, en 1971, se estrena Dirty Harry. Hija del tándem creativo Don Siegel / Clint Eastwood, la película inventaba el cine de acción tal y como lo conocemos.

Diecisiete años más tarde, este género dará una película perfecta que definirá buena parte del cine de género por los siguientes veinte años. La película es el resultado del esfuerzo combinado de un elenco técnico e interpretativo en estado de gracia regidos por unJohn McTiernan2 de 36 años: La Jungla de Cristal3. La Jungla evoluciona a partir de la segunda parte de The Detective, escrita por el mismo Thorp en 1979. Frank Sinatra está demasiado viejo para retomar su rol, que después de un proceso de castin bastante complejo recaerá en un Bruce Willis enfrentado a su primer papel como héroe de acción. Joe Lelan cambará su nombre por el de John McClane: McClane por Big Jim McLain (1952), película protagonizada por John Wayne, que también cederá el nombre al protagonista, evidenciando la deuda de la película con el western.

Antonio Domínguez Leiva y Silviano Carrasco han hecho un análisis brillante de La Jungla de Cristal en un episodio4 de su podcast Pop-Kult. Sus reflexiones son la base de este artículo.

La Jungla de Cristal sucede en el Nakatomi Plaza, una torre de 150m y 34 plantas ubicada en el downtown de Los Ángeles, en realidad el Fox Plaza5. Diseñado por Johnson Fair architects, el Fox Plaza, un edificio nuevo en el momento del rodaje, es percibido por los productores como una especie de estado del arte de la arquitectura. Los exteriores se rodaron in situ. Para los interiores se usaron las plantas 31 y 35 del mismo edificio y diversos sets de estudio. John McTiernan dirige con un virtuosismo tal que no nos perdemos en ningún momento6. Siempre sabemos dónde están y qué relación espacial mantienen los protagonistas. Es más: esta concepción espacial de la película es lo que hace creíble que un one man army como John McClane gane la partida a un grupo de paramilitares entrenados y fuertemente armados.

Fox Nakatomi Plaza. Johnson Fain architects, 1987.

Cualquier usuario de una torre, más si nos referimos al atajo de Yuppies arrogantes7 que puebla el Nakatomi Plaza, piensa en ella como una sucesión de espacios servidos -espacios nobles– comunicados entre sí por una batería de ascensores. En ningún caso tendrán en cuenta que el espacio útil de un edificio así sólo ocupa algo así como el 50% de su volumen. Existen núcleos estructurales, plantas técnicas, dependencias para el personal de servicio, baños, aparcamientos, patios de instalaciones, montacargas, almacenes. Quizá el 40% de su altura está ocupado por gruesos de forjados, suelos, techos y plantas técnicas.

John McClane no tiene este prejuicio. Su extracción social y su entreno lo llevan a pensar el edificio en verdadera magnitud. McClane parece tener un mapa completo del volumen del edificio en la cabeza, una visión 3D que aprovecha para sacar ventaja táctica. Los guionistas Steven de Souza y Jeb Stuart incrementarán esta visión haciendo que McClane se sienta incómodo en los espacios nobles del edificio, por su desubicación primero y por su exposición luego. Cuando McClane se mueve por los espacios de servicio, en cambio, está en su elemento, convirtiéndose en un depredador amenazador y peligroso. En Pop-Kult lo definen como un tecnófobo. Discrepo parcialmente. McClane usa toda la tecnología a su alcance. SU concepción de la torre es la que puede tener un arquitecto o un jefe de obra: ve todo el espacio y saca provecho del mismo de manera creativa. La versión española se tituló La jungla de cristal. El título es más preciso que el inglés. La película fuerza el paralelismo entre la torre de oficinas y una jungla con sus rincones donde emboscarse, con sus caminos para desplazarse furtivamente, con el uso de cualquier elemento constructivo como arma8. Estrenada trece años después del final de la Guerra de Vietnam, los EEUU siguen buscando maneras de ganar simbólicamente la guerra, ni que sea convirtiendo a John McClane en un Viet-Cong para liberar a su mujer. No, John McClane no es exactamente un tecnófobo: es alguien que tiene una visión pesimista de la tecnología. Es alguien que ve la tecnología como potencialmente hostil.

Los años sesenta, la Era de la Utopía, representan el canto del cisne del optimismo en la arquitectura, manifestado en dos estilos arquitectónicos hermanos, el brutalismo y el high-tech. Los dos exploran de manera diversa los espacios de relación y la expresión del edificio en verdadera magnitud a través de la transparencia y la exhibición descarada de los espacios de servicio, que a menudo expresan el edificio. Los espacios de relación se consiguen agrupando piezas de programa como salas de espera, espacios de ocio, auditorios, y jardines con los espacios de circulación, e inundándolo todo de luz a través de una profusión de vidrio. Arquitecturas como el Barbican de Londres -brutalista- o el Centro Georges Pompidou de París –High-tech– lo atestiguan, En España, el Centro Nacional de Patrimonio de Fernando Higueras o la primera Universidad Autónoma en Bellaterra, de Giráldez- López Iñigo y Subías ejemplifican lo mismo. Visto en perspectiva, que compañías privadas como las aseguradoras Centraal Beher o Lloyd’s encargasen sus oficinas a Herman Hertzberger o a Richard Rogers -espacios optimistas, saludables, bellos y agradables sin jerarquías de calidad- es, visto hoy en día, milagroso.

Barbican Center, Chamberlin, Power and Bon architects, 1963-1982. Foto: Joas Souza
Centraal Beher, Apeldoorn, 1972. Herman Hertzberger, arquiecto.

El Posmodernismo se encargará de devolver el pesimismo a la arquitectura por la vía del clasismo y la opacidad. Tan sólo unos pocos arquitectos como Rem Koolhaas o Grafton Architects -y no siempre- resistirán. Ronald Reagan tendrá bastante que ver con este cambio de tendencia, y el Nakatomi Plaza -con sus espacios de servicio escondidos, con sus homenajes cosméticos a Frank Lloyd Wright- lo representará. La jungla de cristal es un combate de pesimistas con pesimistas en un escenario pesimista creado por pesimistas con un resultado curiosamente brillante.

At&T building. Philip Johnson y John Burgee, 1985: arquitectura sin nada que ofrecer. Foto: David Shankbone.

Los coworking contemporáneos, con su falso optimismo mindfulness, con sus decoraciones hostiles que despersonalizan los puestos de trabajo, con su capacidad para parasitar espacios ya construidos como si estuviesen impedidos para encontrar una expresión propia, con sus alquileres angustiantes por horas o días, son la máxima expresión -por ahora- de este pesimismo contemporáneo disfrazado de alegría pasivoagresiva para trabajadores precarios.

Coworking Utopic Conde de Casal. Izaskun Chinchilla, arquitecta, 2016. Foto: Miguel de Guzmán / Imagen Subliminal.

La alternativa es la desnudez de la arquitectura de las clases privilegiadas, estilos descarnados que se expresan por la ausencia de todos los mecanismos de protección que la arquitectura ha desarrollado para sus estructuras -zócalos, revocos, enyesados, enfoscados, revestimientos, pinturas- dejando la reparación profunda como único camino para el mantenimiento, lo que sitúa estas arquitecturas más allá del pesimismo. Es el estilo de quien está esperando que pase algo. John McClane ya no puede esperar más. Tiene el hígado destrozado, afasia y demencia frontotemporal.

TMSN House, Sint-Niklaas, Bélgica. BLAF architecten, 2018: arquitectura que está esperando algo. Foto: Stijn Bollaert.

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