Publicado originariamente en Diario 16 en julio de 2018.
Las relaciones humanas están determinadas por la geometría que crean las posiciones relativas de sus cuerpos. Las mejores conversaciones surgen en posición social: dos personas sentadas más o menos de frente, más o menos erguidas, una mesa, algo para beber y las buenas réplicas salen solas. El espacio se crea a partir de estas actividades. nos sentimos cómodos cuando el entorno que ha creado acepta esto y lo contrario y el aburrimiento y la imprevisibilidad. El lugar geométrico de la fiesta, de la celebración común, es el círculo: los músicos, la ausencia de jerarquías. La horizontalidad.
La felicidad es horizontal.
Un día alguien decidió que mantener el foco de atención fijo era un aprendizaje fantástico para establecer relaciones jerárquicas, verticales, unos arriba y otros abajo.
El poder también es geometría.
… y se creó una cultura exprexamente para educar al respecto. Los músicos ya no tocaban en una fiesta. Ahora tocaban ante y por encima de un público pasivo y estático. Las composiciones empezaron a acomodarse a esta nueva situación. El intérprete deja de ser anónimo y reclama atención. La música se retuerce con formas complicadas que expulsan a quien no presta atención. La ejecución se puede complicar hasta el extremo de que pueda ser que solo una persona en el mundo pueda tocarla.
La música se va a transformar sin perder su capacidad de hacer disfrutar y soñar. Solo el canon situará esta música transformada por encima de las otras. Nada más. La esencia es la misma. Todos conocemos los nombres surgidos de esta manera de hacer, un legado que va de Beethoven o Wagner, a quien le construían los teatros, hasta Marianne Faithfull o Annie Clark o David Bowie y otros nombres que ya no son de personas, sino de colectivos: Beatles, Radiohead, Pink Floyd, Massive Attack.
Esta atención al individuo creador de una obra específicamente diseñada para fijarse en ella también se trasladó a la ciudad y al paisaje. Buena parte de lo que hoy llamamos arquitectura es tan sólo un colectivo de arquitectos reclamando atención sobre sí mismos y sobre lo que creen sin que, de nuevo, esto afecte a la capacidad de este arte para crear emoción. Afortunadamente.
Dos de estos individuos, Carme Pinós y Enric Miralles, de quien recientemente se han cumplido 18 años de su muerte, ejercieron juntos durante diez años la arquitectura en estos términos. Crearon obras maravillosas.
Una de ellas funciona actualmente como sede del Ayuntamiento del pueblo de Hostalets de Balenyà, en la Plana de Vic. El edificio maneja un sistema de referencias lo suficientemente complejo como para inspirar tesis doctorales de carreras tan diferentes como historia, filosofía, sociología o la propia arquitectura. Gracias a Carme Pinós y Enric Miralles ahora Hostalets está relacionado con el arte ruso, la arquitectura brutalista de postguerra, Grecia, Finlandia, el Movimiento Moderno y el sistema de cultivo por bancales. Y me dejo referencias.
A cambio de todo esto el edificio reclama atención.
Imposible entrar sin que te cuente una historia. Lo que es muy exigente con sus habitantes, imposibilitados para domesticarlo. Este tipo de belleza no deja de imponerse en ningún momento. Este tipo de belleza no permite desconectar.
El edificio es tan maravilloso como inhóspito del mismo modo en que lo puede ser una Ceremonia del Té, un vestido ceremonial o una recepción formal.
Se construyen muchos edificios que reclaman atención. La mente humana no se puede ocupar de todos ellos. El Ayuntamiento sigue allí, chillando sin que lo escuche demasiada gente. La exigencia de atención también se traduce en una demanda de mantenimiento muy alta: los recursos disponibles para Pinós y Miralles eran limitados, fueron llevados más allá del límite haciendo que la construcción se resintiese. Tiene un mal envejecimiento, un peor aislamiento y un cumplimiento precario de las necesidades de sus usuarios.
El arquitecto municipal actual, Gil Casals, es la persona que tiene que tratar con todos estos factores contradictorios intentando mantener una obra más pensada para ser enseñada que para ser vivida: hija de la época en que se pretendía paliar la subequipación crónica de los municipios pequeños, nuestro ayuntamiento se puede leer como una pista deportiva cubierta por una serie de jácenas que se van apoyando las unas sobre las otras en cascada. El volumen de estas jácenas aloja las dependencias municipales. El bancal donde se emplaza posibilita el acceso a pie plano tanto a la pista como a la parte baja de la cubierta. Un sistema de rampas trata el resto de plantas como un único espacio accesible. La forma manda tanto sobre el contenido que la pista tenía una difícil forma triangular sin ninguna posibilidad de alojar público.
El resultado es un híbrido entre una formación geológica hermana de las que rodean el pueblo y una construcción clásica en que sólo se podrán encontrar las claves para descifrarla con tiempo, esfuerzo y un conocimiento profundo de las biografías de sus autores.
El edificio no se vive. Se estudia.
El edificio, a pesar (o gracias) a todo esto, es una pieza de arquitectura emocionante, vibrante, lírica, sensible, tan frágil como potente.
Este escrito quiere ser un homenaje al municipio de Hostalets de Balenyà y a su compromiso con el mantenimiento del edificio, tan exigente para las arcas municipales: ellos pidieron un trozo de ciudad y les dieron una obra singular imposible de compatibilizar con cualquier sentido de la cotidianeidad. Y están cumpliendo tan bien como pueden o saben, adquiriendo un compromiso con el edificio, usándolo como pueden (si los edificios no se usan se pierden), compatibilizándolo con su carácter patrimonial. Sirva de ejemplo a otros lugares donde sucede lo mismo.
Gracias por dejarnos disfrutar de este tesoro.
(Parte de las ideas de la primera mitad de este artículo se han extraído del libro Cómo funciona la música, de David Byrne, publicado por Literatura Random House, un magnífico libro sobre música arquitectura.)