La historia del relato cultural es la historia del acceso a los medios de comunicación. Quien los posee, quien controla su difusión, quien es capaz de alimentarlos económicamente -ya sea con dinero generado por este propio medio, ya sea sobreañadido en forma de alguna subvención pública o privada- fijará lo que se va a explicar como historia, una historia que, como siempre, remitirá a las élites.
Esta historia considera que la cultura catalana sufrió una crisis muy profunda que se extiende desde la llegada de Colón1 a América, que inaugura la Edad Moderna, al primer tercio del siglo XIX. Justo en 1833 se producirá el punto de inflexión cuando Bonaventura Carles Aribau publique su Oda a la Pàtria2, que marca el pistoletazo de salida de La Renaixença, movimiento cultural que culmina y se populariza con la eclosión del Modernisme y, más tarde, el Novecentismo, que definen el país tal y como lo conocemos.
Este largo periodo de 341 años atravesado por guerras, revueltas sociales, caciquismo y bandolerismo no será el páramo cultural que nos han vendido. El Renacimiento y el Barroco catalanes, necesariamente sobrios en este contexto de crisis económica, son tan desconocidos como estimables. La propia masía catalana, el tipo arquitectónico definitorio del país, encuentra su forma definitiva y su máxima expresión en este periodo.
El poeta más importante del Barroco catalán será Francesc Vicens Garcia Ferrandis, natural de Tortosa, conocido como El Rector de Vallfogona. Muerto en 1623 a los 43 años, será conocido por su poesía escatológica3, que ha eclipsado una producción más convencional y meritoria.
El Rector de Vallfogona no tuvo éxito en vida: la mayor parte de su obra permaneció inédita hasta una fecha tan reciente como los años 80 del siglo XX. Lo que no impidió que se convirtiese en un personaje extraordinariamente popular de la cultura catalana.
En 1879 se conmemoró el 250º aniversario de su muerte. Sí: si restáis no os saldrán los números, porque el 250º aniversario se celebró durante el 256º aniversario. Los actos conmemorativos fueron promovidos por la Asociación Catalanista de Excursiones Científicas (ACEC), que ayudó a recuperar la cultura catalana a base de patearse el país armados con un bloc de notas y una cámara de fotos4. Esta asociación, formada por las élites barcelonesas -siempre de espaldas al país- contará con Antoni Gaudí entre sus miembros.
El arquitecto hace un año que ha terminado los estudios. Ya ha colaborado en obras importantes y ha construido algunas de sus consideradas obras menores. Este mismo 1879, Gaudí recibirá su primer encargo importante, la Casa Vicens5, que todavía se puede visitar en la Calle de las Carolines de Gràcia.
La ACEC quiere conmemorar el 250º aniversario en Vallfogona de Riucorb6, que cuenta entonces con unos 500 habitantes, con diversos actos entre los que se cuenta una “cabalgata místico-alegórica” que será encargada a Gaudí. Su tarea se concretará en el diseño de cuaro carrozas, el Vino, el Aceite, la Siega y una cuarta de la que se desconoce el tema. Se conservan cinco dibujos originales del arquitecto.
Las carrozas son de dos ruedas, lo que es una elección interesante. Una carroza de dos ruedas es inestable, y requiere del movimiento para mantenerse en equilibrio. La propia forma arquitectónica remite a la procesión. Paradas no tienen ningún sentido. Una carroza de dos ruedas remite a lo que la aguanta, los animales y las personas que los guían. Una carroza de dos ruedas no se puede concebir aislada. Ni puede exponerse sola, porque se cae. Una carroza de dos ruedas es una atmósfera. Es por esto que Gaudí dibujará el paso entero. Y más: una carroza de dos ruedas tenderá a ser cuadrada en planta. Tendrá un centro. El Gaudí de 27 años, el Gaudí que empieza, ya juega el tema de su vida.
Las carrozas se pueden agrupar dos a dos. La de tema desconocido, que parece ser la que debería de abrir la procesión, y la Siega tienen como protagonistas la figura humana. La Vendimia y la Recolección del Aceite son templetes sobre ruedas. Parecen estar hechas de madera y tela, arquitecturas textiles capaces de evocar unas formas estructurales -la catenaria y el paraboloide hiperbólico- que Gaudí usa en materiales más permanentes como el ladrillo y la piedra en proyectos como la Nave de blanqueo de la Cooperativa Obrera Mataronense, ya en uso en aquel momento, y en todo lo que vendrá posteriormente. El textil usado en las carrozas es tan importante en la arquitectura de la época, independientemente de su estilo, que su ausencia en los edificios conservados escandalizaría a sus autores, que contaban don estas partes efímeras para expresar su obra. Porque el simbolismo, la fiesta, la belleza, el color, el movimiento, es tan importante como la propia estructura.
Las carrozas, sobre todo la Siega, evocan con mucha potencia arquitecturas posteriores. No podemos olvidar que la misma configuración puntiaguda de planta cuadrada cubierta con geometrías regladas es la cubierta de la Sagrada Familia, pero también la de la Iglesia de Vistabella o el Santuario de Monferri, de Jujol, o la de cualquiera de sus campanarios. Todo está en la Siega en potencia, porque la función principal de cualquiera de estas construcciones es la representación.
Las celebraciones del 250º aniversario del Rector de Vallfogona salieron fatal. Impuestas desde Barcelona, fueron boicoteadas por unos villanos que no entendían que se conmemorase un poeta y no un sacerdote. El edificio -una biblioteca- que la ACEC quería regalar al pueblo fue vista como un regalo envenenado que no representaba a nadie. Los actos terminaron antes de hora, fracasando rotundamente. Las carrozas no fueron construidas.
150 años más tarde las cosas cambiaron. El 400º aniversario, promovido desde el pueblo y celebrado hace unos meses, fue un éxito. Las carrozas desfilaron proyectadas, mejoradas al aparecer una policromía que, si bien no estaba en los dibujos en blanco y negro, resulta obvia: finalmente, las carrozas han vuelto a casa. Su arquitectura, como toda la de Gaudí, le pese a quien le pese, ha quedado tan incorporada al imaginario colectivo, a la fiesta popular, como los propios versos del rector. Y no se puede pedir más.
1_ Que no, no era catalán. Ojo con las revisiones históricas acientíficas, porque son espantosamente ridículas.
2_ Que es un poema malo de verdad. Y sí, Bonaventura Carles Aribau es el de la calle Aribau.
3_ En Cataluña hacemos cagar el tió y damos más importancia al caganer que cualquier otra figurita del pesebre. No se puede entender Cataluña sin la caca.
4_ Legándonos por el camino un importantísimo archivo parcialmente conservado, imprescindible para hacernos un retrato de la época.
5_ Recientemente restaurada por José Antonio Martínez Lapeña y por Elías Torres en un proyecto tan bueno como arrogante, elitista y desagradable que demuestra que los arquitectos podemos ser unos profesionales excelentes, pero no tenemos la más remota idea de cómo comunicar nuestra obra. No se me ocurre maniobra comunicativa más repelente y attentionwhorista en nuestro panorama reciente, donde estos dos rasgos abundan tanto como el azúcar en los ultraprocesados.
6_ Vallfogona es un precioso municipio de la Baixa Segarra, una comarca tan pobre que ni tan sólo tiene existencia administrativa, aún teniendo una identidad definida. Se reparte entre varias comarcas oficiales y dos provincias. Su capital es Santa Coloma de Queralt.
7_ Los arcos son parabólicos, no catenarios, pero el principio -y la voluntad de optimizar la estructura- son los mismos.