El año 2003, Dan Brown publica El Código da Vinci, una novela de entretenimiento basada en una conspiración mundial concebida a base de malinterpretar tanto algunos hechos históricos como algunas piezas clave de la historia del arte. La novela consigue una extraña credibilidad a base de crear unos antagonistas convincentes desde el momento en que actúan como todo el mundo esperaría que actuasen dada su condición de miembros de una secta.
El libro, puro pulso narrativo sin ningún tipo de pretensión ni voluntad de trascendencia, vendió casi 80 millones de ejemplares traducidos a 44 idiomas. La adaptación cinematográfica era inevitable. Dan Brown supo negociar, cediendo los derechos de la obra por 6 millones de dólares. Ron Howard, un director de estudio capaz de gestionar grandes presupuestos, se puso al frente de una adaptación de 150 millones. Estrenada tan sólo tres años más tarde, hizo 760 millones en la taquilla internacional.
La película es ampliamente superior: vibrante, ágil, bien dirigida y mejor interpretada, entiende la novela y la condensa en dos horas y media. De nuevo, puro entretenimiento de calidad sin ninguna voluntad de trascendencia.
El inicio del cuarto acto, que culmina la trama, es la escena que más me llamó la atención en un revisionado reciente.
El acto, que empieza cuando todos los malos han sido derrotados, se produce en el interior de la bellísima y delirante Capilla de Rosslyn, y empieza como una escena de terror que, sin transición alguna, se transforma en un final feliz. Esto se consigue con un único recurso: Ron Howard filma sólo la llegada de los hombres.
Durante toda la parte de terror del acto sólo se ven hombres. Hombres y símbolos masculinos: coches, un cerrojo cerrado con firmeza, atrapando a los protagonistas en el interior de una capilla con suficiente simbología siniestra como para que resulte terrorífica. La escena se desarrolla en completo silencio: caras serias, gestos graves. La sensación es de profunda amenaza.
Cuando los protagonistas suben de la cripta para caer en la trampa aparecen las mujeres. Los hombres han estado acompañados todo el rato, pero se las ha dejado fuera de plano. Cuando aparecen están mezcladas con ellos de igual a igual. La puerta ha sido cerrada para proveer a los protagonistas de un momento de intimidad y cariño. Al lado de las mujeres, los hombres sonríen. Los protagonistas han llegado a casa.
Ron Howard identifica el terror con los hombres.
Ron Howard transforma un espacio desde la amenaza y el miedo hasta la emotividad y la luz a través de la presencia de la mujer. Si hay mujeres, todo está en orden. Todo está tranquilo. Todo está bien. La capilla es la misma. Ron Howard nos cuenta en tan sólo unos minutos como el espacio depende, es connotado, transformado, significado, por quien lo habita. Sin el habitante, el espacio -este espacio- es tan sólo un enigma. Una curiosidad arquitectónica.
Coda: El último acto del último acto.
Luego, Robert Langdon, el protagonista interpretado por Tom Hanks, se queda solo en París1. Queda un solo misterio por resolver: ¿Dónde está la tumba de Maria Magdalena2? La resolución de esta trama es una obra maestra del cine: un acto mudo reforzado por unos veros en voz en off3, un acto totalmente visual donde la cámara explica la arquitectura del Museo del Louvre de París, muy bien incorporado a la trama. La pirámide -las pirámides- proyectadas por Ieoh Ming Pei no han lucido jamás tan bellas. Ron Howard da una lección de cómo filmar arquitectura con propósitos narrativos, una lección que no se ha replicado, quedando escondida a plena vista en una película vista por millones de espectadores. El cine comercial, a menudo, posee una capacidad narrativa de la arquitectura muy superior a la de los documentales especializados, y la tiene por el simple hecho que la usa para narrar lo que necesita.
Cuando la arquitectura sale de sí misma toma total significado.
1_ La película nos provee de una magnífica lección de guión al cargarse la subtrama romántica entre Robert Langdon y Sophie Neveu (Audrei Tatou), la protagonista femenina que, por edad, podría ser su hija. Sólo con esto, la película gana un 50%.
2_ La peli es de 2006. Joder, me niego a no hacer spoilers.
3_ Una voz en off totalmente innecesaria, pero ya tiene bastante mérito que Ron Howard colase un último acto mudo como para protestar.
Tendré que verla!