Arquitectura aspiracional

Dakota Johnson, en su casa moderna diseñada en los 50 por el arquitecto Carl Maston.
Foto: Architectural Digest.

Lo pijo, como lo aspiracional, es una cuestión de símbolos. Raquel Peláez, en su libro Quiero y no puedo: una historia de los pijos de España (Blackie Books, 2024) realiza un recorrido transversal por el pijerío español desde la clase social que se ha cargado la meritocracia a quienes, a través del marco mental que ésta ha creado, convierten sus ideales inalcanzables en un motor vital que dinamita la conciencia de clase que ha generado el estado del bienestar. Los símbolos generan identidad, y ésta se polariza rápidamente arrastrada por una coyuntura global que encumbra personajes como Donald Trump, Javier Milei o Victor Orban1. Peláez escribe que la continua exposición a universos inalcanzables puede convertirse en profunda amargura. La naturaleza transversal de su libro le ha impedido tratar en profundidad ciertos temas. Uno de ellos es la percepción que tenemos de la arquitectura.

Existe un cierto consenso en percibir la arquitectura como el arte de construir. Si se lo preguntas a un arquitecto te hablará de ella como su profesión. En 2022, el Congreso aprobó la Ley de Calidad de la Arquitectura, que la define como un bien de interés general y obliga a difundirla como tal. Como los arquitectos tenemos atribuciones legales para ejercer aquello que llamamos arquitectura pareció una buena idea que fuésemos los encargados de difundirla.

La arquitectura no se puede enseñar por sí sola, porque no existe una manera eficaz de transportar a un museo un espacio arquitectónico a escala. La arquitectura se expone siempre a través de un arte interpuesto: la fotografía, el dibujo, el cine o la escultura -es decir, las maquetas-. Todas estas artes tienen en común que son caras de producir. Los presupuestos para hacerlo suelen salir de los honorarios de los proyectos, a menudo más bajos de lo que deberían. Esto deja la representación de la arquitectura en manos de la minoría capaz de pagársela, que ha estereotipado estas representaciones convirtiéndolas en aspiracionales.

Lisa y llanamente, la arquitectura se representa desde el pijerío. Para entender el alcance de esta afirmación me fijaré en las webs de dos instituciones hermanas: la Casa de la Arquitectura, dependiendo del Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana (MIVAU) y la del Centre Obert d’Arquitectura, dependiente del Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC). Estas webs, y las instituciones que representan, están infradotadas. Los arquitectos hemos destinado, o hemos conseguido, pocos recursos para nuestra representación, que se ha empezado a producir con representaciones pagadas por esta minoría de la profesión que se las puede permitir. Ninguna de las dos instituciones ha introducido factores de corrección a este hecho, convirtiendo estas webs en muestrarios de vidas ficticias, de maneras de entender los edificios sin correspondencia con nuestra vida diaria. Las webs institucionales no tienen empatía hacia el ciudadano que vive, disfruta, desordena, destiñe, que a veces sufre los edificios, modificándolos para hacérselos suyos. Estas modificaciones suelen verse como traiciones a las intenciones de proyecto, cuya alteración supone algo parecido a un anatema para la arquitectura institucional.

El elevado costo de la construcción hace que sólo puedan permitírsela personas o empresas de un cierto nivel económico que a menudo va acompañado de una relación privilegiada con la cultura más académica y -también- aspiracional. Esto ha llevado a estas webs a una sobrerrepresentación de los encargos caros.

La Casa de la Arquitectura, evidenciando que los tiempos están cambiando, dedica más de la mitad de su catálogo a los encargos públicos representados, eso sí, a través de estos reportajes fotográficos alejados de su uso. Un 10% de estos encargos públicos son vivienda social. Aun así, la cuarta parte de su catálogo está dedicado a la vivienda exclusiva, lo que incluye 389 viviendas unifamiliares aisladas de un poco menos de 3000 obras. 389 viviendas destinadas a la punta de la pirámide social representados, insisto, de un modo que las vuelve todavía más distantes.

Casa Oswald (Matilde Ucelay, 1964): una obra maestra invisitable e invisible.
Foto: Familia Ruiz-Castillo Ucelay.

 El Centre Obert subcontrata su exposición virtual al portal www.arquitecturacatalana.cat que, con unas 5100 obras listadas, dedica el 30% de su catálogo a estas viviendas unifamiliares. Su pésima dirección -con errores de comisariado, contenido, continuidad y trazabilidad de las obras representadas-, su taxonomía errática y frívola, hace que sea difícil hacerse una idea adicional de un contenido cuya representación del lujo se adivina muy inflada.

Casa Agustí, de Josep Maria Sostres, marcada como desaparecida cuando, extensamente remodelada, seguía en pie mínimo hasta el año 2009.
La prueba del delito. La casa parece haber sido derribada en fechas muy recientes, por lo que podemos afirmar que ha muerto dos veces.

Peláez: Los usuarios más exitosos tenían la capacidad de generar necesidades en sus seguidores. Así nacieron los influencers…

La arquitectura necesita ser explicada. Los arquitectos han escogido hacerlo a partir de los arquitectos autores de las obras representadas, a su vez promotores de estas representaciones, lo que los ha llevado a ejercer como verdaderos influencers creadores de tendencias tanto estilísticas como aspiracionales en su forma de vida. Artículos como el que David Gadría-Asenjo escribió para El País sobre las mujeres de los arquitectos históricos españoles2, donde éstas aparecen como guardianas de su carrera que velan por el estilo de sus maridos, así lo atestiguan: personas con una profunda vocación que los ha llevado a volcar toda su vida en la arquitectura. Esta es la vocación que se ha mercantilizado como base de un trabajo privilegiado y bello, un trabajo tan cool que se debería de pagar para ejercerlo3. Si este trabajo no se valora tampoco se valorará su fruto, que se podrá exponer como si fuese una obra personal, un objeto aislado sin repercusiones sobre sus habitantes o sobre su emplazamiento. Esta es la confusión de base con la que las instituciones han empezado a difundir la arquitectura. Lo que ha seguido obviando un “pero” importante. Y es que la arquitectura es más grande que los arquitectos4.

La arquitectura es el territorio y el paisaje, que es su rostro. Es un continuo de intervenciones sumadas que engloba edificios singulares, su entorno formado por otras intervenciones dejadas de lado independientemente de su calidad, por el espacio público que las relaciona -gracias al cual tendrán fachada-, por todas las referencias que se han usado para proyectar los edificios construidos, por el patrimonio, por la memoria, por la arquitectura vernácula, y eso sin citar lo más importante: la arquitectura es de quien la vive y la habita, la mantiene y la modifica. La arquitectura es de quien la quiere y se la apropia. La arquitectura es espacio, pero también es tiempo. Son vidas humanas. Son interacciones. Son historias. Peláez escribe una:

Fotograma de Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, 2018), o cómo se muestra arquitectura de una manera que tenga sentido.

Cuarenta años después Il Giardinetto sigue siendo un nodo cultural de la ciudad, un lugar especial, recogido y acogedor entre cuyas paredes verdes se organizan veladas culturales. Cualquiera puede entrar y pagar por saborear un risotto o un plato de espaguetis rodeado de gente de una cierta edad que mantiene conversaciones de alto nivel intelectual. Pero no cualquiera puede formar parte del selecto club de habituales. El día que estuve en Il Giardinetto [el maitre] don Ángel Fernández Chinchilla me trató como una reina. Aun así, no pude evitar la sensación de haber entrado en un club privado con un carnet robado.

Reducir este corpus arquitectónico a un puñado de edificios aspiracionales -el fruto del trabajo de profesionales que no valoran su trabajo- es vulgarizarla. Es intentar convertir los referentes de una minoría en la totalidad del mensaje. En el mejor de los casos, sale mal. Si compramos este discurso tendremos la sensación de haber entrado en un club privado con un carnet robado.

Leopoldo Pomés, reinando para unos pocos en Il Giardinetto.
Foto: Marco Ansaloni – Il Giardinetto – Diari Ara.

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