Miquel Milà: Ser diseñador, 1_2

Los vagones del Metro de Barcelona co-diseñados por Miquel Milà. Foto: Archivo TMB.

Por décadas, la Línea 1 del Metro de Barcelona no pasó del Mercat Nou. Los preparativos para la Barcelona Olímpica lo llevaron hasta el Hospital del Bellvitge, donde sigue terminando actualmente, conectando l’Hospitalet de Llobregat, mi ciudad, con Barcelona de manera digna y fiable. Digna no. Guay, porque la operación fue acompañada de una modernización de los convoyes que nos voló la cabeza a todos. Los antiguos vagones eran unas latas cuadradas pintadas de verde espinaca, mal iluminadas y peor ventiladas con tendencia a recalentarse, sacudidas sobre una suspensión insuficiente. Los nuevos eran lo más parecido a una nave espacial que pudiese pedirse. Blancos, sobrios, con aire acondicionado y una iluminación difusa que permitía verse las caras y leer al tiempo que los hacía brillar como farolas, unos asientos cómodos de plástico negro termoconformado y una forma ahusada que los hacía ganar unos preciosos centímetros de espacio útil. Su rodar era elegante, su suspensión suave, su aceleración, majestuosa. Me enamoré de esos convoyes al instante, y ahí sigo. Han formado parte de mi paisaje mental desde la infancia. Años más tarde, ya convertido en arquitecto, supe que se los tenía que agradecer a Miquel Milà, a quien reconfiguré como uno de mis diseñadores industriales de referencia, capaz de desarrollar proyectos de alta calidad populares y de acceso universal. La impresión se reafirmó cuando supe de sus estupendas líneas de mobiliario urbano, casi tan populares como los vagones de metro, colocadas como están en centenares de proyectos de espacio público.

Dibujo exploratorio de Miquel Milà para los vagones del Metro de Barcelona. Dhub.
La versión definitiva de los vagones. Autor desconocido.

La figura de Miquel Milà inaugura la era del diseño donde estamos instalados. Recordar su complejidad es entender mejor nuestro panorama arquitectónico.

Diseño es un nombre referido a un verbo que alude a una acción o a un proceso. Tendimos a explicar estos dos sucesos de un modo narrativo. Las narraciones tienden a tener un protagonista, en este caso un diseñador confrontado a un problema concreto. La máxima aspiración de un diseño es estar optimizado. No existe, ni puede existir, un objeto de diseño perfecto. Su configuración de uso dependerá, entre otros factores, del grado de flexibilidad de la actividad, de su ergonomía, es decir, de la adaptación al cuerpo del usuario, y de la cultura a que este usuario pertenezca. Todas estas consideraciones palidecen cuando nos referimos a lo verdaderamente importante de un diseño: su autor, a través del cual podemos identificarnos con el objeto diseñado. El diseño de autor es, antes que nada, un código de clase. El diseño de autor es aspiracional.

En la Barcelona de los sesenta, el diseño fue el modo que una generación concreta de la clase alta eligió para distinguirse y liderar una manera de entender el espacio, la arquitectura y, a través de ella, la vida. Este mensaje se reforzó con la creación del ADI-FAD por parte de un grupo de profesionales entre los que se contaban dos hermanos, el arquitecto Alfonso (1924-2009) y el diseñador Miquel Milà i Sagnier (1931-2024). Alfonso y Miquel provienen de una familia ilustre. Su tío abuelo paterno fue el empresario Pere Milà, consorte de Roser Segimón, que encargó La Pedrera a Gaudí. Pere hizo fortuna con el negocio del espectáculo y promovió la Plaza de toros Monumental, obra del arquitecto Raspall ampliada por Domingo Sugrañes a los pocos meses de su inauguración. Su padre, Josep, es un personaje más gris y deconocido. Abogado y Diputado en Cortes, en 1925 liquidará la Mancomunitat de Catalunya1, presidirá la Diputación de Barcelona2 desde el miso 25 hasta 1930. En 1939, volverá a hacerlo por nueve meses, convirtiéndose en su primer presidente de posguerra.

Uno de los tíos-abuelos maternos será el arquitecto y marqués -o marqués y arquitecto- Enric Sagnier i Vilavecchia4, el más célebre y prolífico de la burguesía barcelonesa. Nos lo cuenta el propio Miquel:

Somos una familia, sobre todo la rama Sagnier, que era el apellido de mi madre, donde hay mucho arquitecto importante. El hermano de mi abuelo, Enrique Sagnier, fue un arquitecto importante, su obra cumbre fue el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, en el Tibidabo. Hacía una arquitectura ecléctica. Mi tío Pedro era una persona muy snob, se casó con Rosario, una señora de Reus, viuda de un millonario, que tuvo el acierto de encargar a Gaudí su casa, del Paseo de Gracia. Gaudí, era un genio, pero los proyectos suyos acababan siendo un gasto y ella se asustó. Yo, que he trabajado en interiorismo, los finales con la clientela son difíciles, y fue lo que pasó. Al final Gaudí era una persona muy genio, pero con un punto cursi y tuvieron un cierto encuentro, Gaudí le quiso poner una imagen de la virgen del Rosario y mi tío dijo que ni hablar, además estaban en la semana trágica. El propietario influyó en que no se terminara este proyecto que, a mi juicio, es el mejor de Gaudí en Barcelona, en otros sitios en la cripta de la colonia Güell5.

Alfonso y Miquel son, pues, dos nepobabys. Dos nepobabys con mucho talento.

Correa y Milà, Casa Villavecchia, Cadaqués, 1955. Foto: Fc. Català-Roca.

Seis años más joven que Alfonso, Miquel decidirá convertirse en diseñador a sugerencia de su hermano. Él mismo resume toda su obra como objetos que quieren crear una emoción estética dentro del concepto absoluto de cumplir con una función6. El desarrollo de esta filosofía será su obra, y se podrá aplicar sin distinción tanto a objetos populares -los vagones de metro- como a sus diseños más exclusivos y conocidos. Su honradez profesional es intachable.

Las primeras reacciones a su muerte se han referido a su imaginaria de clase: las lámparas TMM7 o Cesta, unos prodigios de belleza, sobriedad y elegancia que han identificado a buena parte de los creadores del relato de la arquitectura barcelonesa contemporánea, la misma que conocemos erróneamente como arquitectura catalana, creadores que suelen tener como base y referente la Tortillería Flash Flash, obra de su hermano Alfonso para su amigo Leopoldo Pomés, donde Miquel montará unas preciosas lámparas. En resumen: no ha muerto un diseñador, sino uno de los responsables del look, de la manera de identificarse de quien ponía y sacaba carreras en el panorama arquitectónico catalán. También ha muerto el señor que supo dar su dosis de dignidad, de ilusión, de belleza, a los millones de personas que viajaron -que siguen viajando- en un metro que luce como luce gracias a su talento. Se puede completar el tour leyendo o charlando con unos amigos sentados en uno de sus magníficos bancos públicos dotados de esta elegancia atemporal, casi anónima. Y, ni que sea por eso, podemos darle las gracias.

El Flash Flash de Alfonso Milà con las lámparas M68 de su hermano Miquel.
Foto: Flash Flash.
Miquel Milà, sentado en uno de sus estupendos bancos públicos. Foto: Santa & Cole.