Agustín Fernández Mallo ha publicado una novela sobre la muerte de su padre. No lo sabíamos, pero lo conocíamos sin que nos lo hubiesen presentado. Ya nadie se llamará como yo, pronunció después de un paseo. Así se llama el volumen de poesía reunida publicado en 2015. Tendemos a titularlo todo, a clasificarlo todo, y este todo incluye a nuestros conocidos. También nos incluye a nosotros. Somos hijos, hermanos, trabajadores, amigos, parejas. Somos clientes. Somos puntos de referencia para quien se nos cruza en la calle con una cierta frecuencia. Somos compradores, público, votantes, etcétera. Estamos compartimentados, incluso para gente muy próxima. Etiquetados. Conocer a alguien requiere un gran esfuerzo. Conocer a alguien es poner a prueba tu amor por él. Conocer a alguien es una de las experiencias más transformadores que puede emprender un ser humano.
Esto es sólo una parte de la aventura. Un libro no es tanto lo que explica como la manera de hacerlo. Madre de corazón atómico es un libro surcado por viajes: Galicia, Mallorca, Asturias, Kansas, Terranova, Nueva York, Ciudad de México, etcétera. Todos estos lugares son estaciones del viaje del protagonista hacia su padre. En algún momento se alude a Atom Heart Mother (1970), quinto disco de Pink Floyd, que también tiene algo de primero. El disco se grabó a los dos años del abandono de Syd Barrett, el carismático fundador del grupo destrozado por las drogas. Barrett fue un compositor de canciones memorables. Barrett fue un compositor de singles. Sin él, el grupo no era capaz de crearlos, necesitando una unidad-disco para expresarse. Atom Heart Mother es la primera vez en que lo consiguen. Roger Water y David Gilmour, actualmente peleados, suelen estar de acuerdo en rechazar este trabajo. Sin compartirlo en absoluto, porque es uno de los discos de mi vida, puedo entenderlo. Atom Heart Mother es una obra intuitiva, lo que fue difícil en el seno de uno de los grupos más racionales y controladores que nos ha dado el rock. Atom Heart Mother es una acumulación de ideas disparadas casi al azar -entre las que se incluyen el propio título y la bellísima portada creada por Storm Thorgerson. La novela habla de ello, así que lo dejo aquí-, un disco sin estribillos desconcertado y extrañamente coherente, pensado para ser tocado en directo. Roger Waters al bajo y Nick Mason a la batería grabaron la sección rítmica de la canción principal sin claqueta, en una sola toma que se ralentiza i acelera en función de su ánimo, dando al disco su latido característico.
Este es el ritmo de la novela, que discurre entre capítulos-párrafo, pasajes más picados y frases que se llevan su propio tiempo. Fernández Mallo cuenta que su padre no fue capaz de disfrutar de una obra de ficción. La propia realidad ya es lo suficientemente variada, épica y extraordinaria como para necesitar ningún otro aditamento. Su obra tiene algo de esto. Físico de formación, parece escribir con el tono de una receta o de un teorema. Su prosa es cerebral, aséptica. También musical y profundamente sensible, de una sensibilidad interiorizada, de un latido tan continuo, de una vibración de tan alta frecuencia que puede confundirse con la inmovilidad, una historia que cala y penetra para luego aflorar y ser procesada, rumiada como rumia la vaca de la portada. Una historia que pasará a nuestro imaginario como si de un disco se tratase.
Qué maravilla que la fascinación de la literatura y de la música (y de todo) nos una a ti y a mí, al autor, al resto de lectores… etc.
La realidad evocada y «reconstruida» aparece más nítida y más real que la realidad «real».