Fotos: Milena Villalba, si no se indica lo contrario.
La difusión de arquitectura parte de la base que todo nuestro entorno físico -donde vivimos, nacemos y morimos- es arquitectura. El factor más relevante de estas arquitecturas es el tiempo. Estas arquitecturas se usan, se adaptan a nuestras necesidades como un organismo mantenido y reparado en una acumulación orgánica de intervenciones que la convierten en algo vivo, tan vivo que puede tener buena o mala salud, a menudo a la vez, y morir. La arquitectura habitada es siempre compleja.
No es eso lo que mostramos los arquitectos. La arquitectura canónica, académica, es una instantánea, una idea-fuerza plasmada en una construcción que no puede envejecer, sólo degenerar. Cuando sobrevive más o menos intacta, sea porque se ha sacralizado o museizado, tiene como valor principal el convertirse en unas vacaciones del tiempo, posibles porque esta arquitectura canónica ha expulsado la vida.
Hay ejemplos muy valiosos de arquitectura históricas que se han encontrado con la vida, experimentando estos procesos de transformación, acumulando tiempo y experiencias. A menudo, la dificultad de explicarlas ha hecho que caigan en el olvido y haga falta recuperarlas. El Palau-Castell de Betxí es una de ellas.
Este Palau-Castell nace en plena dominación musulmana como alquería, una gran casa que controla una explotación agropecuaria que permite habitar un territorio y lo convierte en paisaje. El nombre del pueblo, Betxí, proviene de esta época1. Cuando el territorio se cristianiza, la alquería se convertirá en un palacio gótico perteneciente a la familia Rois de Liori2, que le da su estructura actual, organizada alrededor de un claustro más o menos parecido al actual en forma y proporciones. En el Renacimiento, el Palau-Castell se fortificará con un baluarte en cada esquina, lo que permitirá montar un portalón señorial de acceso al claustro3. Elipsis. Llegamos al siglo XIX. Pascual Meneu, un sabio local nacido en 1857, catedrático arabista en Salamanca y Granada, amigo del de Unamuno, lo convierte en una casa señorial que vive más de cara al pueblo que al claustro. Nada extraño, porque el edificio se ha troceado, derribado parcialmente y vuelto a edificar digiriendo sus restos en nuevas construcciones, fundiéndose con el casco urbano por su lado norte.
Por el camino, el Palau-Castell ha adquirido otros valores y complejidad, mucha complejidad, tanta que resulta frívolo e injusto despreciar diversos siglos de su vida bajo la denominación de crisis, despreciando un proceso apasionante que lo ha sometido a una acumulación de episodios y geometrías tan complejas que casi resultan azarosas, y que sólo adquirirán sentido mediante un estudio en profundidad del conjunto.
En 1997, Betxí consigue que el Palau-Castell sea declarado BIC. En 2013, la cooperativa de arquitectors El Fabricante de Espheras inicua un proceso de restauración que sigue en curso. Este proceso sigue un proyecto brillante que entiende la arquitectura no como esta idea-fuerza que cristaliza de una forma clara y comprensible, sino como la consolidación de todas estas capas de tiempo, como la formalización de la historia, como celebración de la vida, de la arquitectura usada, gastada. Del paso del tiempo.
Ojo: no hay que confundir la aceptación de esta complejidad con la indecisión o la pusilanimidad. Nada más lejos. El proyecto está lleno de decisiones valientes, y consigue combinar una gran sutileza -proveniente de un conocimiento profundo del lugar- con una voluntad de intervención importante en todo el complejo que se ha ido refinando con el tiempo porque se ha realizado por fases.
La primera de ellas, centrada en el claustro, tiene una de las ideas más felices que conozco en un proyecto de estas características, una un idea que saca partido -que incluso celebra- la brutalidad con la que se cortó el edificio. El corte convirtió una de las crujías del Palau-Castell, que tiene la anchura de una casa urbana convencional, en una finca independiente, tan independiente que se relaciona con el palacio creando una medianera convencional en su interior, es decir, un enorme muro ciego, terso, liso, que corta un tercio del claustro a lo bestia.
El Fabricante de Espheras consigue explicar preexistencia y corte con un solo gesto que forra la medianera con un espejo que refleja el clastro4 existente. La geometría original reaparece ante nuestros ojos. La galería posterior, salvada de la destrucción, da profundidad al conjunto, una profundidad que ya no es virtual. El espacio se explica simultáneamente como es y como fue.
Las fases posteriores han incidido en el perímetro trasero, que se puede salvar produciendo espacio público, y en la vivienda de la familia Meneu. Con el tiempo se recuperará un teatrillo que nos hablará de los movimientos cívicos del XIX. Una simple cancela, tan sobria como bien diseñada, perfectamente integrada en el conjunto, permite recuperar la profundidad del Palau-Castell hacia la plaza, que le había sido negada por usos más privados. La suma de intervenciones es flexible, incremental, capaz de realzar elementos de épocas diversas, y dota al conjunto de una extraña coherencia, restituyendo su integridad como si de un collage se tratara. La dignidad ha vuelto. No la del edificio original, sea cual sea éste, si no la del conjunto que ha sido -y que es- lo que el pueblo ha necesitado en cada momento.
El tempo dirá cómo evoluciona a partir de aquí.
1_ Parece ser que el nombre proviene del gentilicio de la ciudad tunecina de Béja, de donde se especula que podía provenir algún principal que se asentó en estas tierras, habitadas desde la Edad del Bronce.
2_ Los datos sobre el edificio provienen principalmente de estupenda memoria publicada por el propio Fabricante de Espheras, que he cruzado con cualquier dato sobre Betxí que haya podido conseguir.
3_ No es posible montar una puerta -la parte más débil de una construcción defensiva- sin los baluartes, pliegues que sobresalen de la muralla para poder disparar contra los enemigos que intenten asaltarla.
4_ Que acostumbra a ser una estructura simétrica, recordemos.