1910. El arquitecto Adolf Loos pronuncia la conferencia Ornamento y delito en la Asociación Académica de Literatura y Música de Viena. Su transcripción será uno de los textos más influyentes del siglo XX. Loos identifica la pureza como la virtud moral suprema de una persona moderna y cultivada. Su ausencia -el ornamento- será sinónimo de degeneración y suciedad.
Loos no se dará cuenta que el arte y la arquitectura populares han conseguido este ideal hace tiempo1. El arte popular se basa en la austeridad y en la economía de medios, una economía de medios tan brutal que, precisamente, requiere de esta ornamentación para expresarse.
Loos no quiere que la masa trabajadora que no ha tenido tiempo o ganas de cultivar su cultura académica sea pura renunciando al ornamento. La quiere silenciada. Muda.
La Garrotxa, segunda mitad del XVIII. La comarca está aislada. A pesar de una cierta bonanza económica, las condiciones de vida son duras incluso para las clases acomodadas, que comparten con las clases populares la ornamentación como vehículo principal de expresión. Los muebles de las casas principales de la comarca, que suelen estar ubicadas en Olot, su capital, son de maderas de calidad media revestidas con nogal profusamente historiado. Algunos de ellos están, incluso, revestidos con pan de oro2.
Joan Llor es, quizá, el maestro carpintero local más importante de la época. Su obra sigue esta receta a rajatabla. Contemplar sus muebles es confrontarse con unos objetos que combinan ostentación y uso, bellamente proporcionados, construidos, acabados y ornamentados, unos muebles que no pueden entenderse sin su contexto: esos espacios austeros, cavernosos, pesados, donde se exhiben como objetos autónomos que contribuyen decisivamente a crear la atmósfera de la estancia que los aloja.
El Museo de la Garrotxa ha exhibido durante unos meses estos muebles en una exposición comisariada por Mònica Piera. La exposición ha sido diseñada por Un parell d’arquitectes y Clàudia Calvet.
Explicar esta complejidad en una exposición no es fácil. No sólo se ha de dar cuenta del mueble como objeto. Estaría bien, también, entender por qué son como son mientras se explica su autor y el contexto que los ha creado.
El método de exhibición es sencillo: trabajar sobre la relación entre un soporte austero, neutro, económico, y lo que entendemos por ornamento.
Primero, el lugar. El Museo de la Garrotxa ocupa parte del Hospicio de Olot, una joya oculta3 de la arquitectura catalana proyectada por uno de los mejores arquitectos barrocos de la historia: Ventura Rodríguez. Proyectado y, probablemente, jamás visitado por él, terminado por arquitectos locales y reformado a finales de los setenta por el estudio Bosch-Vives-Tarrús, siempre con este leit-motif de austeridad y economía de medios: espacios generosos, basilicales, desnudos. Del proyecto de Ventura Rodríguez sólo quedan la disposición general y las proporciones. Y no es menor.
La exposición ocupa dos salas iluminadas lateralmente por ventanas altas, cubiertas con vueltas de luneta. Un parell d’arquitectes toman estas salas y, sencillamente, las ornamentan, cubriéndolas con una cenefa platada que cambia el espacio a través de una intervención mínima.
Después, el relleno. Dos elementos: los muebles a exponer y su soporte. Misma lógica: el soporte son andamios de obra depositados en la sala. El ornamento, lo que destaca, son los propios muebles. El diseño de la iluminación -el espacio en penumbra, los muebles iluminados- es clave.
Finalmente, la narrativa: unos vídeos enseñan el movimiento, la sutilez de unos muebles que no soportan demasiado manoseo. Y la parte sensorial: una acumulación de las maderas que Llor empleaba para hacer los muebles, maderas que pueden ser manipuladas, sopesadas, palpadas, olidas. Los créditos de la exposición son dignos de mención: pura historia local. Lo mejor de todo es que no hace falta pensar demasiado: la exposición es una atmósfera que transmite una sensación. Luego están las ganas de profundizar de cada visitante, a quien se respeta tanto como a los propios objetos. No se puede pedir más.
1_ O, peor todavía, creo que sí lo sabía y que hacía trampas.
2_ Sobre esto escribí hace unos años en el artículo Las camas de Olot.
3_ Bueno, oculta, oculta… el Hospicio es objetivamente el edificio más grande, masivo y destacable del centro de Olot. Por décadas -incluoso ahora- la gente, tanto locales como turistas, lo ha mirado sin verlo.
Supongo que Loos no se refería a la clase trabajadora o popular, si no a la burguesía rampante que sin ornamento (y su acceso dinerario a ello) se queda vacía de argumentos.
El resto del artículo, muy lleno de hermosa verdad.
Es cierto, y escribió sobre ella. También es cierto que hizo buena vivienda social, pero siempre me ha parecido un tanto condescendiente en todo lo que le he leído (que es bastante, pero no todo).