El pasado jueves 2 de marzo tuve la oportunidad de enseñar el edificio que aloja la escuela de arquitectura pública de Cataluña, la ETSAB, como anfitrión de un grupo de estudiantes de arquitectura franceses. Laetitia Belala, una de sus profesoras, me propuso una reflexión que merece escribirse.
La ETSAB (1961) es obra de los arquitectos Eusebio Bona, José Maria Segarra y Pelayo Martínez, y está ubicada en el número 649 de la Diagonal, al final de Barcelona. El año 1984 recibirá una ampliación obra del arquitecto José Antonio Coderch de Sentmenat.
El edificio se enfrenta a la Diagonal con un cuerpo de siete plantas perpendicular al flujo del tráfico y con un zócalo de una sola planta paralelo a él1. La planta tiene la forma de una L asimétrica en altura. No se puede entender este edificio sin asociarlo a los intentos cosméticos de apertura de la dictadura franquista, ni al impacto que supuso la inauguración en 1955 de la Embajada de EEUU en la calle Serrano de Madrid, obra de los arquitectos Ernest Warlow y Leland W. King (con Mariano Garrigues como socio local), un edificio que consiste en un cuerpo de siete plantas perpendicular al flujo del tráfico y con un zócalo de una sola planta paralelo a él1. Sí: acabo de recortar y pegar la descripción previa. La razón es sencilla: cuando Franco ve el edificio pide a sus arquitectos de cámara que copien su estilo para congraciarse con esa gente que quería comprar el desarrollo del país -que, no lo olvidemos, controla la entrada al Mediterráneo- para evitar que su crisis estructural lo arrastrase al área de influencia soviética.
La primera tentativa la realizará el excepcional arquitecto Luís Gutiérrez Soto, buen amigo del dictador, que en 1953 -y con la sede de la Embajada ya en obras- inaugurará la Sede del Alto Estado Mayor en la Castellana, un magnífico edificio tímidamente moderno. El proceso culminará un lustro más tarde, cuando José Antonio Corrales Gutiérrez2 y Ramón Vázquez Molezún inauguran el Pabellón de España de la Exposición Universal de Bruselas de 1958, el mejor edificio de toda la muestra y un hito de la historia de la arquitectura no española, sino universal.
La ETSAB se terminará tres años más tarde, y será un calco casi literal de esta embajada americana: los tres arquitectos comparten una sólida filiación franquista y están dispuestos a complacer. No nos engañemos, sin embargo: quizá José María Segarra era un arquitecto gris y mediocre, pero Eusebio Bona fue un magnífico profesional toda su vida. Y Pelayo Martínez, el tercero en discordia, fue un arquitecto superdotado bastante desconocido por el hecho de haber ejercido casi toda su vida profesional en Figueres. Para los tres, el Movimiento Moderno no es una manera de entender la arquitectura, sino un simple estilo a combinar con el neorregionalismo, el neoclásico o, en el caso de Martínez, unas influencias surrealistas que le llegan de la mano de su buen amigo Dalí. Estos tres profesionales -o dos de ellos, mejor dicho- practican una arquitectura que, despojada de estos vestidos estilísticos, es sobria, eficaz, versátil, urbana, una arquitectura adaptada a las circunstancias que será capaz de llegar a picos de calidad excepcionales. Entender las estructuras -tanto formales como portantes- que soportan estas arquitecturas camaleónicas, dispuestas a integrarse sin problemas en cualquier contexto o a satisfacer los caprichos del cliente sea, quizá, la verdadera esencia de lo que es ser un arquitecto3.
El edificio, austero y económico, se construyó sin grandes pretensiones. Y esto es un valor: pasillos longitudinales, aulas, muchas habitaciones de tamaño interesante que pueden convertirse en cualquier cosa -talleres, seminarios, departamentos- un entorno neutro, un moderno low-cost construido con técnicas artesanales forradas de piedra caliza institucional. El edificio se inauguró. En 1973 pasó a formar parte de la Universidad Politécnica (la UPC, vaya), sufriendo por el camino un estéril periodo de protestas y presiones que no evitaron ni maquillar que la amplia mayoría del alumnado provenía de una clase privilegiada que no quería problemas ni, en última instancia, que el dictador muriese en paz en la cama. Durante la transición, Oriol Bohigas -este sí, un represaliado- accedió a la dirección de la universidad tomando dos decisiones importantes, una inmaterial, una material.
La decisión inmaterial consistió en convertir la ETSAB en lo que se convirtió en el modelo de cualquier facultad de arquitectura española: una escuela de formación profesional donde los arquitectos que construyen se encargan de Proyectos, la asignatura que ha vehiculado todos los planes de estudio hasta la fecha. Estos arquitectos ejercen en forma de profesores asociados -es decir, con un pie dentro de la facultad y otro en el mundo profesional4.
La decisión material consistirá en ampliar la escuela según un proyecto que Bohigas encargará al ya citado Coderch. Oriol Bohigas toma esta decisión después de profundas meditaciones. Coderch es un arquitecto de ideología fascista, un niño mimado del régimen partidario del elitismo extremo -de la aristocracia, de la diferencia de clases, un privilegiado que entiende la arquitectura desde un romanticismo tan exaltado como falso, incluso para sí mismo. También es el arquitecto que ha definido lo que se ha entendido como arquitectura catalana durante los últimos cuarenta -ahora ochenta- años. Coderch es la piedra de toque en la que se ha medido cualquier arquitecto catalán desde su aparición. Se puede llegar a afirmar que la arquitectura catalana tal y como se entiende desde Barcelona se construye alrededor de Coderch. Bohigas, el arquitecto más influyente, determinante, poderoso y preclaro de Cataluña, probablemente el arquitecto catalán más importante después de Gaudí, no es amigo de Coderch. Pero lo necesita. Su relato, su visión de lo que ha de ser la arquitectura del país, pasa por Coderch. Así que le encarga la ampliación de la escuela.
Coderch, ya al final de su vida, un Coderch viejo, cansado y enfermo, responde con un edificio controvertido -un edificio inspirado, arrebatado, definido por la contradicción entre un sistema estructural subsidiario y unas paredes curvas y sensuales, tan bonitas por dentro como por fuera, que parecen hacer entender que el edificio se aguanta con ellas cuando no, el sistema es bastante más complejo e impreciso. Coderch amplía el edificio a partir del zócalo sin querer competir con el volumen alto de Bona-Segarra-Martínez, un edificio subisdiario, educado, que reclama su carácter de ampliación, un edificio con unos espacios comunes de calidad excepcional, un prodigio de continuidad espacial realizado a través de un trabajo en sección genialoide por sencillo. Un edificio que rebela su desprecio por la enseñanza reglada: mal iluminado, preparado para el disimulo y el desdén, pésimamente acondicionado a nivel acústico, un edificio que sólo tiene una virtud -pero qué virtud: su belleza. Su carácter inspirador. Coderch homenajea en su edificio a Gaudí y a Jujol, cumpliendo el encargo no escrito de establecer un legado, un linaje de la arquitectura catalana. De fijarlo y cristalizarlo. De enseñar por inmanencia. Coderch encontrará, todavía, la manera de trolear a Bohigas definiendo su edificio como una agrupación de soldados alemanes -nazis- que vienen a liberar Europa5.
Volvamos ahora a Laetitia Belala, que, sentada en el banco-antepecho que bordea la magnífica escalinata que constituye el corazón de la ampliación de Coderc, escuchaba mi rollo. Cuando terminé requirió los servicios de mi amigo Salvador Figueras como intérprete -Salvador es el responsable de esta visita- para pedirme que le confirmase dos aspectos del relato: la vocación democrática de Bohigas y la ideología fascista de Coderch. Luego habló.
Para Belala, el encargo de Bohigas es un acto de resistencia antifascista. Bohigas6 admiraba y respetaba a su adversario. Encargará su edificio a un hijo de la dictadura, un personaje autoritario que se niega a aceptar los nuevos tiempos. También, para ser justos, un personaje profundamente contradictorio. El fascismo discrimina. El antifascismo incluye, concluyó Belala. Y no se puede añadir nada más.
1_ A este número de plantas se le ha de sumar la planta baja.
2_ Le añado su segundo apellido para que no caiga en el olvido su condición de sobrino de Gutiérrez Soto.
3_ Esta reflexión es obra de Enric Massip-Bosch. Cualquier error de interpretación es mío.
4_ La gran mayoría de profesores asocados de la escuela, entre los que me incluyo, hacemos huelga para protestar contra un cambio de modelo que dejará la formación de los arquitectos en manos unos académicos que, incapaces de conectar con la vida profesional, la partirán en dos, abriendo la puerta a la invalidación profesional del título, al que sólo podrán acceder los que se puedan pagar un examen de capacitación farragoso y caro.
5_ Sigo pensando que le salió de casualidad, pero la forma en planta de las aulas es tal cual la del casco de un soldado alemán. Esta troleada está recogida por Bohigas en sus excepcionales memorias.
6_ No olvidemos que este encontronazo se produce entre dos hijos del privilegio. Bohigas ejerció toda su vida desde él. Y desde la consciencia social que le otorgó, para bien y para mal.