Sir1 David Chipperfield acaba de ganar por fin su Premio Pritzker de Arquitectura. Chipperfield representa un poco el quinto2 Premio Pritzker español. O el primero gallego3. Bromas aparte, la manera de ejercer la profesión y de entender la arquitectura de este personaje merece ser recogida en estas pequeñas reflexiones.
A_ Sobre el Premio Pritzker.
Vamos a aclarar las cosas de una vez y para siempre. El Premio Pritzker no es un premio de arquitectura. Y, como él, ningún premio de arquitectura es un premio de arquitectura. Los arquitectos no sabemos premiar arquitectura. Los arquitectos sabemos premiar a otros arquitectos. Tampoco es que, ya puestos, los arquitectos sepamos hablar mucho de arquitectura. No en público, al menos, donde la gran mayoría del debate propuesto gira sobre los arquitectos. Esto me lleva a pensar si un hipotético premio de arquitectura -que no sé si existe, de momento- puede ser otorgado por arquitectos.
La arquitectura es un hecho -un arte- complejo y multifactorial. Una cosa es segura: la arquitectura no son los objetos producidos por los arquitectos. Éstos, de ser algo, son el detonante para que aparezca la arquitectura. No, la arquitectura no son objetos. La arquitectura no son edificios. La arquitectura es aquello que estos edificios permiten que pase. La arquitectura se basa en las relaciones. Relaciones entre personas y su actividad, entre personas y un lugar acondicionado que les permite realizar actividades como habitar, tratarse entre ellos, trabajar, identificarse, emocionarse con un lugar.
Los arquitectos producimos las condiciones necesarias para que se produzca la arquitectura. Eso es lo que hacemos. Y no es poco. La actividad que ejercemos los arquitectos es bella, emocionante, apasionante. Es el trabajo de toda una vida -de muchas vidas a la vez-, y tiene mucho mérito. Lo que no podemos hacer es sobredimensionar esta actividad llamándola arquitectura cuando todavía no lo es.
Siguiendo el razonamiento, aquello que publicamos los arquitectos tampoco suele ser arquitectura. Lo más habitual es que una revista o una web de arquitectura no contengan ni una sola línea sobre arquitectura. Nada. Cero. En el mejor de los casos, será donde se producen las reflexiones sobre aquello que producimos los arquitectos. Demasiadas veces ni tan sólo construcciones, sino dibujos. Ni tan sólo ponemos el foco en lo que producimos, es decir, en estos edificios o paisajes que podrán convertirse o no en arquitectura. Lo hacemos en el proceso de concepción de estas intervenciones: palabras, dibujos, diagramas. Y a esto también lo llamamos arquitectura, cuando esto está tan lejos de la arquitectura como un bloque de acero quirúrgico SAE316 pueda estarlo de la recuperación de un paciente que haya sufrido una obstrucción grave de sus arterias coronarias.
Es decir: nos hemos acostumbrado a tratar y entender como arquitectura tan sólo una parte minúscula de lo que es la arquitectura, una parte que se puede resumir fácilmente: objetos comprensibles de una sola vez. Objetos con un autor que, a menudo, es más objeto de atención que aquello que ha producido. Y eso es lo que premia el Premio Pritzker: autores. Profesionales que proponen intervenciones que podrán convertirse o no en arquitectura.
Aunque la Fundación Pritzker está intuyendo que esto no puede seguir así.
B_ Sobre el acta del jurado.
El jurado de este año, alineado con estas intuiciones, ha producido un acta de concesión del premio sorprendentemente precisa. Han hecho entrar hábilmente en valor el retraso de la concesión de un galardón que Chipperfield y sus fans hace años que esperaban al recalcar su dilatada carrera, su carácter de profesional capaz de enfrentarse con solvencia a todo tipo de encargos, de haber sido capaz de ser un arquitecto estrella capaz de desaparecer cuando ha sido necesario. Volveré sobre esto más adelante. Chipperfield es un arquitecto que se enfrenta con un lugar, lo cambia -para bien, generalmente-, convirtiéndose en un agente que propone una intervención capaz de revalorizar algo -un barrio, un edificio, un programa, un paisaje- y posibilitar que se convierta en arquitectura. El jurado se ha esforzado en aclarar que no ha premiado un creador de formas. Ha premiado a un demiurgo.
C_ David Chipperfield, autor.
David Chipperfield Architects es una firma global. Tiene oficinas en Londres, Berlín, Milán, Shanghái y Santiago de Compostela. La infraestructura comprende también una empresa de diseño -DC Design- y la Fundación Ria5. Esto implica un equipo multidisciplinar formado por centenares de profesionales trabajando a la vez.
David Chipperfield Architects no ha recibido ningún premio. Lo ha recibido su CEO, Sir David Alan Chipperfield. Esto implica una visión romantizada y ferozmente elitista de la profesión. Esto implica un desprecio tácito por todos sus colaboradores, una visión personalista de la profesión que nos ha hecho -y nos hace- mucho daño tanto socialmente como por lo que respecta a las condiciones de trabajo, de reconocimiento, de consideración profesional, de estos colaboradores, sin los cuales -recordemos- Chipperfield no podría encargarse de prácticamente nada.
Que el Premio Pritzker sea un premio de arquitectos para arquitectos, y que esto sea lo que hacen la práctica totalidad de los premios de arquitectura que conozco, implica perder la visión empresarial de la profesión. Implica perder la credibilidad, el músculo de un gran estudio. Implica un desprecio a la profesión en sentido amplio y a su resultado, es decir, a la arquitectura. Implica más amor por el boceto que por el resultado final. Implica, por encima de todo, seguir incidiendo en una visión reduccionista de lo que implica el hecho arquitectónico, una visión tan bien hilada y potente que, en última instancia, ha recortado nuestras competencias: si sólo somos capaces de vernos, de entendernos, de definirnos de una determinada manera sólo seremos capaces de ser entendidos así, y cualquier hecho arquitectónico al margen de esta consideración caerá en manos de los ingenieros, de los políticos, de los escenógrafos, de los gestores. De quien sea.
La Fundación Pritzker parece haber olvidado que David Chipperfield es más grande que David Chipperfield.
D_ La arquitectura de David Chipperfield.
Permitid que me cite por una vez en la vida. Coordenadas para un Nuevo Milenio (2021, Arquine), un libro que publiqué hace dos años, me sirvió, entre mil otras cosas, para entender a Chipperfield. Decidí ubicar a este arquitecto al final de Rapidez, el segundo capítulo del libro, el más difícil de escribir por versar sobre el concepto más denostado por los arquitectos. Decidí negarme a hablar de Lentitud, el contrario de rapidez, porque era hacerse trampas al solitario: si Italo Calvino, el autor original del libro que reescribí, había enfatizado la rapidez, este era el valor que debía tener en cuenta.
Chipperfield pasa por ser uno de los paradigmas de la lentitud. Esta contradicción me sirvió para reflexionar sobre la naturaleza del encargo de arquitectura. Una práctica global como la suya no se contrata únicamente para solucionar un problema. Muchos profesionales sin tanto renombre pueden ocuparse de ello con solvencia. Chipperfield es una marca, un arquitecto de quien se espera que deje un determinado tipo de huella -una imagen, un modo de enfrentar el encargo. Una marca visual reconocible. Y es por eso que decidí convertir a este arquitecto en uno de los emblemas de la rapidez. Su arquitectura ha de ser fácil de entender. Ha de tener un punto de inmediatez que pueda atraer visitantes por sí misma. Chipperfield ha sido capaz de compatibilizar esto con un modo de trabajar por capas que permite profundizar en sus creaciones y sacarles más jugo. Pero jamás podremos estar seguros del todo de si se lo ha contratado por esto, por el impacto que es capaz de generar o, sencillamente, por su nombre.
En las Coordenadas, el proyecto que escogí para hablar de Chipperfield son sus intervenciones en la Isla de los Museos de Berlín, basadas en tres ejes: la puesta a punto del complejo, su acondicionamiento para exhibir una de las colecciones de arte más importantes del panorama global y -más importante- su capacidad para dar una nueva imagen de marca a un complejo que ya tenía una. La calidad de su arquitectura es tal que es capaz de conseguir las tres cosas a la vez, huyendo de aquellos proyectos de arquitectura capaces de destruir un buen museo, ejemplificados -entre demasiados otros- por el Museo de Bellas Artes de Castellón, de Emilio Tuñón y Luís Moreno Mansilla, donde la arquitectura se pelea con el contenido, perjudicando seriamente sus condiciones de exhibición: en Castellón, este contenido queda sometido a un edificio únicamente capaz de celebrarse a sí mismo. No es así en el caso de Chipperfield, que ha conseguido compatibilizar continente y contenido en sus proyectos de exhibición.
El rasgo más contemporáneo de la arquitectura de Chipperfield es, definitivamente, su capacidad para desaparecer. Lo que, en este mundo de prácticas globales, nos confronta con el concepto de autoría de un edificio. Jorge Luís Borges6 reflexionó sobre ello de una vez y para siempre en Pierre Menard, autor del Quijote, un cuento que escribió en 1939. Un fragmento:
[Pierre Menard] No quería componer otro Quijote —lo cual es fácil— sino el Quijote. Inútil agregar que no encaró nunca una transcripción mecánica del original; no se proponía copiarlo. Su admirable ambición era producir unas páginas que coincidieran palabra por palabra y línea por línea con las de Miguel de Cervantes.
David Chipperfield ha restaurado la Galería Nacional de Berlín, de Mies van der Rohe, y las Procuradorías viejas, el magnífico edificio obra de diversos arquitectos que conforma el telón de fondo del paisaje de la Plaza de San Marco de Venecia. En los dos casos Chipperfield no existe. Pero los edificios son en cierto modo suyos: el arquitecto ha puesto en juego todo su prestigio para conseguir que, después de una revisión a fondo, los edificios queden aparentemente como estaban. ¿Quién es su autor ahora? ¿Sigue siéndolo Mies van der Rohe en el caso de Berlín, o lo es Chipperfield, que ha conseguido dejarlo como estaba? El caso de Venecia es más complejo. La fabulosa autoría incremental de un edificio que, siempre con el mismo aspecto y el mismo módulo de fachada, es a la vez de arquitectos de leyenda como Jacopo Sansovino, Scarpagnino o Mauro Codussi, entre otros, se complementa con un David Chipperfield que los ha cosido, repasado y adecuado sumado espacios donde su intervención es total con otros que simplemente ha limpiado.
El jurado del Pritzker ha reconocido la capacidad de Chipperfield para desaparecer. Este rasgo es único en toda la historia de este premio7, y abre nuevas perspectivas para entenderlo, consagrando y visibilizando un modo de ejercer la profesión hasta ahora escondido y desprestigiado: si hemos de ser optimistas -y por optimista entiendo aquí el viaje hacia un modo más amplio, inclusivo y diverso de entender la profesión-, si hemos de reconocer el valor de este premio, será sobre todo por este rasgo. Queda mucho camino para conseguir dar algún sentido al reconocimiento de los arquitectos. Este ha sido un pequeño paso.
1_ Extraordinario costumbre el de los británicos de ennoblecer a quien se distingue por su trabajo más que quien lo hace por su sangre.
2_ El Premio Pritzker es nominal. RCR arquitectes, por tanto, no ganó uno en 2017, sino tres.
3_ No es coña. Chipperfield, a pesar de no hablar, que se sepa, una sola palabra de gallego o castellano, vive gran parte del año en Corrubedo en lo que empezó siendo su casa de veraneo. Su fundación privada reside en Galicia. No en el Reino unido, no en Berlín, donde reside el resto del año.
4_ Grandes artistas sin la más mínima relevancia ni interés social.
5_ Más gallega, recordemos, que la oreja a la gallega.
6_ El malo de El nombre de la rosa. No pienso justificar este comentario. 7_ Herzog & de Meuron, premiados en 2001, también han llevado a cabo proyectos de este tipo, pero, que yo sepa, lo han hecho con posterioridad a su galardón.
Testo veramente bello e profondo. Mi aiuta tanto a capire cosa deve essere un architetto confrontandolo con un brand.