El 3 de noviembre de 2019, José Ramón Hernández Correa Arquitectamos escribió Hasta el último detalle, un texto sobre la presentación de la casa de Helen Lindes y Rudy Fernández en la revista Hola! En el texto, José Ramón cuenta que el nombre del arquitecto autor de la casa no sale ni una sola vez. Los autores reconocidos son la propia pareja. El nombre omitido es el de Santiago Martínez, que la diseñó al frente de su Estudio3. El artículo de José Ramón cuenta con un comentario del propio Santiago Martínez.
Helen Lindes y Rudy Fernández son uno más de la larga lista de clientes que suelen adjudicarse el mérito de sus casas. Lo distintivo de este caso es que Helen Lindes y Rudy Fernández pueden ser declarados como influencers. No pocos de éstos claman ser autores de sus casas, siendo conocidos también el caso de Pilar Rubio y Sergio Ramos y el de Ibai Llanos. Pau M. Just analizó este caso en un video donde muestra que la casa es dos cosas a la vez: un elogio de la ignorancia de unos conocimientos técnicos que lo hubiese llevado a vivir mejor y una vivienda que encaja como un guante en los deseos y caprichos de su habitante.
No debemos perder de vista que en la mayor parte de la historia los autores reconocidos de las obras de arquitectura han sido sus clientes. Sus promotores. Es el caso de las Pirámides o del Panteón de Roma, conocido como Panteón de Agripa y no como Panteón de Apolodoro de Damasco. Y si pensáis que esto son cosas del pasado sólo tenemos que recordar que se suele hablar de las barcelonas de Maragall o Ada Colau o de los madrides de Tierno Galván, Manuela Carmena o Isabel Díaz Ayuso. Afirmo esto con pleno conocimiento del respeto que Pascual Maragall o Manuela Carmena han mostrado a los arquitectos.
Sacar el foco del arquitecto suele ir acompañado de un desplazamiento del discurso desde la estructura a los acabados. Lindes y Fernández (escrito así parece el nombre de una gestoría) hablan de drapeados, de cuadros, de sofás y no de tipologías, muros de contención, detalles de carpintería o sistemas de impermeabilización. Podríamos lamentarnos de todo esto si no fuese porque buena parte de las publicaciones de arquitectura inciden exactamente en lo mismo, desde los muros de ladrillo desnudo de Rafael Moneo en Mérida hasta los muebles y las jardineras de cualquier proyecto de reforma de un piso de moda que, además, suele estar presentado con discursos tan vacíos como oscuros y, en no pocos casos, falsos. Hemos de aceptar el hecho que buena parte de las publicaciones especializadas de arquitectura hablan de decoración.
Existe un caso de apropiación del trabajo de un arquitecto que me gustaría tratar a parte. El día de navidad de 1925 Paul Engelmann, alumno aventajado de Adolf Loos, recibe el encargo de diseñar el palacete de Margaret Stonborough. El hermano de Margaret, que acaba de publicar un libro de un cierto éxito que lo ha dejado estresado y vacío, no sabe qué hacer con su vida. Liberado como está de cargas económicas por ser hijo del principal magnate del acero de toda Austria decidirá convertirse en arquitecto. La única formación que necesitará es imprimir tarjetas de visita que lo acrediten como tal. Luego se autoencarga la casa de su hermana. Para conseguirlo visita a Paul Engelmann, conocido suyo, y le impone una asociación. Engelmann, por cierto, ya tiene la casa proyectada. El hermano decidirá que sólo tiene que hacer dos cosas para convertirse en autor de la casa: trabajar en sus mecanismos, única cosa que domina gracias a su formación como ingeniero, y decorar la casa.
El hermano convertirá la casa en inhabitable: los vidrios, demasiado grandes para las carpinterías donde están montados, revientan. Los radiadores gimen. La casa retumba. La desnudez total que ha impuesto como decoración convierte el espacio en depresivo, triste, inhóspito. Tenso. Desolado. Margaret Stonborough visitará la casa una sola vez. La rechazará y se desentenderá de ella hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando, parcialmente arruinada, deberá mudarse a ella, no sin hacerle reformas importantes, al retorno de su exilio americano. El hermano reclamará la autoría de la casa de forma casi exclusiva. Lo hará manteniendo casi íntegra la planta de Paul Engelmann, a la que tan sólo añade un volumen en plana baja que siempre tuvo problemas constructivos y, en un ataque de horror vacui, un ascensor en el ojo de la escalera. Ha diseñado también los tiradores de las puertas, las carpinterías y los radiadores, pintándolo todo de blanco y prohibiendo cualquier detalle personal. Paul Engelmann, un arquitecto interesante sin demasiados problemas de ego, tendrá escaso interés en disputarle la autoría de la casa. El hermano ha conservado el apellido familiar que Margaret ha perdido cuando ha desposado a Jerome Stonborough, un doctor que se suicidará en 1938 incapaz de resistir los horrores del nazismo. El nombre del hermano es Ludwig. El apellido familiar es Wittgenstein.
Ludwig Wittgenstein no hizo mucho más por la casa de lo que Helen Lindes y Rudy Fernández o Pilar Rubio y Sergio Ramos han hecho por la suya. La única diferencia son unos conocimientos técnicos específicos que le han permitido controlar algunas instalaciones. Ninguno de ellos ha intervenido en la distribución de la casa, ni en su volumetría, ni ha decidido su estructura, ni su tipología. Ninguno de ellos se ha planteado decisiones urbanísticas o paisajísticas que cuestionen su encaje en el lugar. En resumen:
Ludwig Wittgenstein diseña la casa como un influencer.
La casa Stonborough, sin embargo, ha pasado a la historia de la arquitectura como una de las casas más influyentes del siglo XX. Y lo ha hecho por su decoración.
Hasta donde sé, esto es lo que pretende un influencer.
Una diferencia importante: Wittgenstein es, antes que un filósofo, antes que un arquitecto, un señor (un señor, insisto) rico. Ha mamado riqueza. Ha vivido riqueza. Se ha imbuido de ella. Está empapado con sus códigos.
Wittgenstein diseña como un señor rico.
La historia de la arquitectura es la historia del privilegio. El 99% de los ejemplos estudiados en las escuelas de arquitectura son ejemplos de privilegio. Una casa famosa podrá ser sostenible, racionalista, minimalista, brutalista, modernista, queer. Podrá ser sostenible. Podrá ser una acción política. Podrá ser bioclimática. Podrá ser curativa. Podrá tener Feng Shui o influencias nórdicas. Podrá ser como quiera, pero en el 99% de los casos, lo que es antes que nada es una casa privilegiada. El mismo privilegio que ha conformado la personalidad de Wittgenstein. Wittgenstein estetifica el privilegio. Wittgenstein sublima el privilegio. Wittgenstein representa el privilegio más adusto, calvinista y abstracto que existe: el mismo que conformará el Movimiento Moderno. Gracias a esto, la casa y su autor pasan a la historia de la arquitectura.
Helen Lindes y Rudy Fernández, Sergio Ramos y Pilar Rubio, Ibai Llanos, carecen de esta extracción social. También carecen de sus gustos estéticos. Esto, y no otra cosa, es lo que se les reprocha: no han mamado, no han interiorizado, no han comulgado con los gustos que impone el privilegio que han conseguido. No se les ha perdonado. Como tampoco se les ha perdonado que muchos de estos privilegios hayan sido conseguidos por puro y simple trueque. Tres factores pueden haber influido en la decisión de reclamarse como autores de la casa. El primero es la pura y simple vanidad. El segundo es más interesante: puede ser indicativo de unas condiciones de trabajo dignas por parte de este arquitecto anónimo, que habrá preferido cobrar unos honorarios a cambio de su silencio, porque un influencer vive, antes que nada, de cobrar promociones. Si el arquitecto no paga -es decir, si no regala sus honorarios- no se le promocionará. Hay que apuntar aquí que Wittgenstein, con un desprecio olímpico a la profesionalidad del arquitecto que dice ser, no se preocupa en ningún momento por sus honorarios.
La estética de las casas de Helen Lindes y Rudy Fernández, de Pilar Rubio y Sergio Ramos, de Ibai Llanos, habrá sido decidida, programada, buscada por estos influencers. Esta misma estética es la que sigue reivindicando la arquitectura publicada. Y aquí aparece el tercer factor: lo que parece indicar la autoría de una casa, incluso en las publicaciones especializadas de arquitectura, es su decoración. La arquitectura publicada por medios especializados reivindica la estética del privilegio, la estética de los códigos ancestrales de la gente rica o de quien los quiera imitar. Y, mientras siga siendo así, la arquitectura publicada seguirá siendo irrelevante para unos influencers que, a diferencia de esta opinión publicada de arquitectura y de sus historiadores, saben perfectamente a quién se dirigen. Pero, en tanto que decoración, seguirá siendo el argumento definitivo para que se puedan proclamar autores de sus casas. Porque vaya si lo son.
Fuentes:
Hasta el último detalle, de José Ramón Hernández Correa:
http://arquitectamoslocos.blogspot.com/2019/11/hasta-el-mas-minimo-detalle.html
Publicación en El Mueble de la casa de Pilar Rubio y Sergio Ramos:
https://www.elmueble.com/casas/famosos/primeras-imagenes-nueva-casa-sergio-ramos-y-pilar-rubio_44804
Información sobre la casa Stonborough:
https://www.urbipedia.org/hoja/Casa_Wittgenstein
Vídeo de Pau M. Just sobre la casa de Ibai Llanos: