Cada vez que oigo hablar o que escribo la palabra experiencia sé que o me están vendiendo o que tengo que vender algo. La palabra experiencia ha derivado en un pretexto, en un motivo para viajar al lugar donde se produce para poderla experimentar. Las experiencias no se mueven.
Uno de los fenómenos que más rápidamente se ha convertido en experiencia es la naturaleza. Cuando naces, te toca la que te toca. Si tienes la suerte de vivir al lado de un lago con unas condiciones higrométricas, lumínicas y climáticas características puede ser que te críes contemplando arco iris horizontales. Es el caso de Toyo Ito. No es extraño que con este background se haya convertido en uno de los mejores arquitectos vivos del mundo.
Vivas donde vivas, el repertorio de nubes que podrás contemplar será limitado respecto todos los tipos de nubes que llegan a existir. Contemplar una nube que no sea tu nube cotidiana será una experiencia, porque tendrás que moverte y lo tendrás que hacer expresamente. Sólo existe un repertorio limitado de maneras de visitar una nube, y casi todas ellas implicarán viajar sea subiendo a una montaña, tomando un avión para sentir las turbulencias que ello implica o ir a algún lugar donde haya niebla cerrada. El viaje tendrá que ser privado porque, a no ser que seas meteorólogo, una visita a una nube implica turismo.
Siempre puedes privatizar las nubes.
Una de las personas que ha sido capaz de hacerlo es el artista argentino Tomás Saraceno. Saraceno es, con toda justicia, uno de los artistas vivos más cotizados de la escena contemporánea. Su obra es tan delicada como potente, con una gran carga lírica y poética. Si tuviese que destacar algún rasgo característico de ella sería su impresionante sentido espacial. Más libre de consideraciones programáticas que un arquitecto, con una cartera de encargos y un prestigio que le permiten ahondar en la forma por la forma apoyándose en su propia obra, Tomás Saraceno ha llevado, por osadía, por escala, las estructuras tridimensionales ligeras donde pocos artistas lo han hecho. En no pocas de ellas te puedes meter dentro y contemplarlas desde esta perspectiva.
No es extraño, entonces, que se lo disputen los principales museos del mundo. Lo que convierte a Saraceno en un artista global, es decir, en alguien que expondrá indistintamente en cualquier ciudad del mundo -que expondrá lo mismo y de la misma manera en salas de exhibición tan bien hechas como perfectamente intercambiables-. Incluso la ausencia de una segunda r en su apellido es o una casualidad afortunada o una concesión a esta globalidad: en los países anglosajones tienen problemas con la doble erre. No sabrán pronunciar correctamente “Sarraceno”, pero no tendrán dificultad alguna para pronunciar “Saraceno”. El artista o nació global de pura casualidad o se globalizó él mismo a posteriori facilitando a los programadores, comisarios y críticos el pronunciar bien su nombre. Tomás Saraceno es, en su circuito, tan global como un McDonald’s o un Starbucks. Tan global como el circuito crítico que lo demanda. Tan global como el circuito de exhibición -y su arquitectura- que lo aloja.
Tomás Saraceno tiene algo parecido a dos líneas de investigación que entrecruza a placer en función de sus intereses: las telarañas y las nubes. Ha conseguido obras profundamente emocionantes en cualquiera de estas dos manifestaciones juntas y por separado. Pero tiene que venderse, y es aquí donde topamos con el Talón de Aquiles de cualquier artista contemporáneo. Existe una figura que dice quién es quién en el mundillo, y esta figura es la del comisario. Para un comisario contemporáneo estándar la obra no vale por lo que es, sino por lo que cuenta. O por el mensaje que el artista asocia a ella, sea porque se lo cree, sea como recurso de supervivencia. Al ser estos comisarios algo parecido a un sacerdote laico que vela por la moral de sus feligreses, es decir, los clientes de las galerías y de los museos, estas obras tienen que venir acompañadas de mensajes bienintencionados que trufan textos tan floridos como herméticos donde menudean explicaciones sobre la gentrificación, los índices de CO2, el consumo excesivo, las luchas vecinales, la explotación del suelo, cualquier pseudociencia al uso o el propio capitaloceno, todo ello trufado de citas eruditas a los teóricos de moda, todo ello con el espíritu pseudocientífico de quien está escribiendo algo accesorio, un texto parecido a un disclaimer moral que permita que la obra pueda ser exhibida sin remordimientos. Tanto si estos conceptos han conformado el proceso de composición de la obra como si no, ésta suele ser totalmente independiente de estas explicaciones (pseudocientíficas), que forman un circuito paralelo a su expresión plástica, un circuito que el comisario de turno, el verdadero juez, recordemos, del arte contemporáneo, suele primar a la propia obra.
Quien la paga, sin embargo, también suele tenerlo muy claro: las explicaciones son accesorias. Por tanto, innecesarias. Lo que vende es la obra y la firma. O la firma y la obra.
El año 2005, Jean Nouvel inauguraba la Torre Agbar de Barcelona, un edificio de oficinas corporativo para la empresa del mismo nombre que, años más tarde, lo abandonó no sé si antes o después de venderlo. La Torre Agbar es un edificio carismático. Podríamos decir de un modo literal que es un edificio la polla de carismático. Y no exento de méritos arquitectónicos.
Hace poco tiempo este inmueble, vacío y abandonado, fue adquirido por la inmobiliaria Merlin Properties, que destinó 34 millones de euros a su acondicionamiento turístico, un acondicionamiento que incluyó el desmontaje de un par de plantas superiores, con todo el gasto de CO2 y los residuos correspondientes que ello implica, para producir un mirador de uso cívico, y a un proyecto expositivo -relegado al sótano, el lugar más complicado de vender- encargado a Mediapro Exhibitions que incluía la construcción de un reclamo que complementase la experiencia de mirar Barcelona desde más de cien metros de altura.
Este reclamo acabó siendo Cloud Cities Barcelona, obra de nuestro Tomás Saraceno.
No he sido capaz de encontrar las condiciones económicas del encargo. Aunque imagino que no serían poca cosa. La demanda es, sin embargo, fácilmente trazable: un reclamo hecho con la solvencia habitual que suele demostrar este artista, el mensaje de turno asociado a él y, sobre todo, su firma. El reclamo del reclamo es la exposición del sótano, que sólo sirve como antesala para no pasar directamente al mirador y justificar así el precio de la entrada.
El nombre de Tomás Saraceno estaba obviamente incluido en el encargo. Y no ha defraudado. Su obra es de una gran belleza, mereciendo una visita al lugar.
Analicémosla:
La obra es un cielorraso.
Un cielorraso 3D.
Uno de los cielorrasos más bonitos que jamás haya visto.
Defino esta obra como un cielorraso porque se produce por encima de las cabezas de los visitantes al mirador sin impedir las bellísimas vistas de 360º que éste ofrece, y por las que el visitante ha pagado. Se extiende hacia arriba, donde no estorba, hasta ocupar la mayor parte del volumen remanente de la torre, connotando su coronación sumándose a la espléndida arquitectura de Nouvel, complementándose con ella, potenciando el espacio hasta dejarlo mejor de como estaba.
Y lo más importante: no estorba las vistas -aquello por lo que el visitante paga- en ningún momento: un cielorraso.
Luego ha escrito sobre él. Os dejo el texto firmado por el propio Tomás Saraceno:
“Like droplets of water condensing along the strands of a spider’s web, cosmic and terrestrial clouds form: Clouds of neighbourhoods of gentrification; Stratocumulus entangled in webs of life; Cirrus threads of connection; Cumulus in extinction; Stratus is stillness in motion; Altostrati unlearn what we have learned; Clouds of spider/webs above Sagrada Família move from arachnophobia to Arachnophilia; Mama clouds to fall asleep; Altocumulus floats in the infinity of breath while Nimbuses are fish swimming in the air; Cloud dreams of fairer weathers… “
“Como gotitas de agua que se condensan a lo largo de los hilos de una telaraña, se forman nubes cósmicas y terrestres: Nubes de barrios de gentrificación; Estratocúmulos enredados en redes de vida; Hilos cirros de conexión; Cúmulos en extinción; Un estrato es quietud en movimiento; Un Altoestrato desaprende lo que hemos aprendido; Nubes de telas de araña sobre la Sagrada Família pasan de la aracnofobia a la aracnofilia; Nubes Mamá para dormir; Los altocúmulos flotan en la infinidad de la respiración mientras que los nimbos son peces que nadan en el aire; Nube sueña con climas más agradables…”
El texto parece un checklist de todos los temas no presentes en el encargo. En su descripción poética y, por tanto, literaria de la obra, Saraceno escribe todo aquello que no ha sido capaz de -o que ya sabía de entrada que no podría- poner en la obra. Una obra que proporciona una experiencia y que, por tanto, tiene un precio: 15€ desde fuera, 25€ desde dentro.
La obra es una nube privada. Justo el adjetivo que se ha dejado en su descripción.
La obra se presentó a principios de mayo en una rueda de prensa. Tomás Saraceno no decepcionó, ofreciendo una performance en la que interpretó a un artista cabreado que incluyó quejas sobre la proximidad de los periodistas, por el precio de las entradas, por la prohibición de visitas a los niños, por la ausencia de los vecinos en el acto, vecinos que, naturalmente, debían de mostrar interés en esta obra, por el aire acondicionado, por el excesivo consumo de carbono, etcétera. Es decir: quejas a las condiciones de un encargo que aceptó libremente.
Pero no pasa nada: la performance que ofreció era exactamente lo que se esperaba de él. Un artista es un artista, y sin sus excentricidades ya no lo es tanto. Los círculos académicos y las élites culturales de la ciudad -los únicos que conocen al artista- podrán estar contentos con ellas. Los visitantes casuales podrán encontrarse con las vistas sobre Barcelona deseadas o, por 10€ más, con un pase por el cielorraso con, sí, todavía más vistas y unos libros encadenados por ahí ofreciendo explicaciones adicionales -y algunas lecciones morales y un poco más pseudociencia- sobre todo lo que no es la obra.
El visitante casual, sin embargo, es inteligente y sabe distinguir perfectamente entre arte y literatura. Lo primero que este visitante deseará es mirar Barcelona. La obra le va a dejar hacerlo, porque está diseñada específicamente para no estorbar. Luego este visitante se encontrará con el cielorraso, que podrá visitar o no -un cielorraso global, aséptico, perfectamente entendible por cualquier persona del mundo. Este mismo visitante podrá hacer todo el circuito independientemente de su propuesta literaria. Independientemente de unas explicaciones que, con el mirador en funcionamiento, se han convertido en innecesarias. Cuando este visitante salga, si quiere, irá a una librería y se comprará el libro que desee -un libro libre, no encadenado- sobre el tema que quiera, que podrá leer donde quiera.
La nube, sin embargo, seguirá siendo privada.
Enlace al proyecto en la web de Tomás Saraceno: https://studiotomassaraceno.org/cloud-cities-barcelona/