(Sobre el Bosc de Can Canet, un tanatorio de mascotas proyectado por Miquel Subiràs. Fotos: M. Subiràs, A. Font, J. Sandin, J. Prat.)
Antes fue el huevo. Pero no era de gallina. Con esta frase, Jorge Wagensberg nos hablaba del origen. Con la arquitectura sucede un poco lo mismo, porque nuestro arte tiene un origen doble: la función (el cobijo, el acondicionamiento del terreno) y la representación. O sea, construir la respuesta a las preguntas fundamentales que se hace cualquier ser humano: quién somos, de dónde venimos, a dónde vamos. La arquitectura es simultáneamente atávica y fresca, porque cada generación se hace las mismas preguntas y, aun contestándolas de manera parecida, está condenada a llegar a la respuesta por un camino diferente. Y ojo, porque una cosa son los atavismos y otra la tradición. Lo atávico es ancestral, previo a la historia, consubstancial al lenguaje. La tradición es el anteayer. La tradición es aquello que nos pensamos que ha existido siempre pero que en realidad nuestros bisabuelos ya hacían diferente. Es la costumbre institucionalizada.
Nuestra tradición es el cristianismo. Y este cristianismo está cayendo por su propio peso. Los modos de vida cristianos son ya minoritarios. La concepción del mundo cristiana, un substrato que se está perdiendo lentamente. Si querer entrar, por carecer de tiempo y espacio, en las implicaciones de esto, sí comentaré que afecta decisivamente a las arquitecturas propuestas. En concreto, nuestros ritos funerarios beben de esta base cristiana: la despedida en la iglesia (la cena ritualizada que suple una cena real), el viaje al cementerio, etcétera. Desde esta base, los ritos funerarios se están renovando rápidamente. Tan rápido que, a menudo, los cambios no son fácilmente aplicables ni legalizables. Tan así que, a menudo, cuando son muy drásticos, no pueden ser aplicados en personas y han de ser probados en animales. Y, por una vez en la vida, estos animales tienen más suerte que las personas, porque pueden ser despedidos como sus propietarios querrían despedir a un pariente humano, pero no pueden hacerlo. Uno de estos ritos, ancestral y nuevo a la vez, es el retorno al bosque.
El animal muerto es despedido en medio del bosque. Allí se lo vela. Allí es incinerado. Allí se reciben las cenizas para que sean dispersadas o guardadas o enterradas, como se prefiera: rodeados de naturaleza, a la intemperie, bajo las copas de los árboles. Expuestos y abrigados a la vez en una especie de panteísmo.
Cuando Miquel Subiràs recibió el encargo para el Bosc de Can Canet, un tanatorio de mascotas, se propuso este proyecto, concebido para un tanatorio humano. Exitoso y en uso, el tanatorio de mascotas puede ser entendido como un prototipo de este otro tanatorio que, seguro, llegaría un día u otro. El cliente: los propietarios de un horno crematorio para animales que querían ofrecer un servicio sensible y personalizado para quien quisiese despedirse de su mascota. La propuesta de Miquel: crear una ceremonia en un paisaje. Los propietarios de las mascotas lo habitan, se lo apropian, se mueven por él y, haciéndolo, se despiden de su animal. Cuando se necesita la construcción, y no antes, aparece. Literalmente.
Al lado del horno hay un bosque. La parcela existente se fusiona con él. La arquitectura se limita a construir el rito. Esta construcción es lo que lo sacraliza y crea el clima adecuado para la ceremonia. Con cuatro claves más, el proyecto estará explicado.
1_ El recinto. Un arquitecto alemán muy pesado y relativamente sabio del siglo XIX, Gottfried Semper, definió el recinto como uno de los elementos fundamentales de la arquitectura. El recinto es, para entendernos, el lugar donde sucede la arquitectura. Es decir, el ámbito que la comprende. Para el 99% de los arquitectos el recinto tiende a confundirse con la parcela a intervenir. Cuando el proyecto quiere crear un paisaje, la definición del recinto se complica y se enriquece. En este caso, el recinto es el bosque. La parcela es sólo un dato. La arquitectura que la define lo hace, precisamente, desdibujando sus límites: enterrando las vallas, consiguiendo que la parcela y el bosque parezcan exactamente lo mismo. El proyecto sucede en el bosque, y el bosque es mayor que la parcela. No ha sido ésta lo que ha salido a buscar el exterior. Ha sido el exterior, el bosque, lo que la ha permeado, entrando en ella a través de nuevos árboles plantados, consiguiendo que el límite de propiedad tan sólo sea un dato.
El recinto es el bosque.
2_ La puerta. La puerta es el único elemento construido de toda la intervención. Se ha de marcar muy claramente no el inicio del bosque, sino el inicio de la ceremonia. Del tránsito. El momento en que el espacio se convierte en un espacio extraordinario. En el lugar de la despedida. El modo: un templete largo, estrecho y alto, muy alto, seis metros de alto (el largo de las chamas de acero empleadas para construirlo, clavadas verticalmente en le suelo), un prisma elemental, un túnel iluminado por franjas verticales de vidrio, vidros de seis metros sin carpintería aparente, un túnel que nos permite ser conscientes de este tránsito. Cuando sales, lo haces en el mismo bosque de donde vienes. Tu estado de ánimo, sin embargo, ha cambiado. Ahora estás preparado.
3_ Arquitecturas móviles. En algún momento se hará necesaria la aparición de un pabellón que permita que los propietarios de las mascotas la acompañen en una sala propia, recogida, íntima. Esta sala aparece, literalmente aparece, del suelo, y consiste en un techo, un simple techo forrado interiormente de acero inoxidable pulido como un espejo, un techo que se levanta del suelo sin ningún soporte visible. Es el propio vidrio que lo limita lo que lo está soportando. La sala es una especie de ascensor que se eleva del suelo conteniendo la mascota. Se accede a ella, se está con el animal. Se sale al exterior. El animal vuelve al suelo para aparecer antes de entrar en el horno donde será incinerado, un horno crematorio separado unos metros, un paseo corto, de este pabellón, y donde los propietarios podrán contemplar, si lo desean (y parece ser que es un deseo bastante común), cómo el animal entra en el horno para ser incinerado.
La sala de vela es, pues, un techo en el bosque. No es necesario ningún filtro de los que son habituales en arquitecturas más permanentes: no hace falta. El bosque los proporciona. Es una construcción dependiente de su entorno. Sin él no tiene sentido. La construcción es justo aquello que le falta al lugar para cumplir una función específica, la de proporcionar un estar íntimo donde despedir al animal. Luego desaparece.
4_ La escenografía. Obviamente, lo que define, lo que caracteriza a esta ceremonia es un fortísimo componente escenográfico. El mismo que tiene cualquier arquitectura que represente algo, es decir: todas. Hay escenografía en cualquier funeral. En una vivienda. En un hospital, en una escuela, en un restaurante. La hay en prácticamente cualquier función que podamos imaginar. Si la arquitectura es rito, el rito, para vivirlo, se escenifica. Escenificarlo es habitarlo. El propio término que nos define -persona- es un término teatral. Escenográfico. No vivimos la vida. La representamos.
Otro arquitecto muy pesado y relativamente sabio de principios del XX, Adolf Loos, definió la arquitectura como la Tumba y el Monumento. Perezoso como era, Loos escogió como arquitectura aquellas construcciones donde el programa representativo y conmemorativo es más patente. Extremo. Las más fáciles de hacer, por tanto. Aquellas donde poco más que eso se necesita para conseguir arquitectura: el menhir, el mausoleo. La filosofía construida. Para hacer un tanatorio como este hay que tener un plan, un proyecto. Éste se lleva a término. Se usa. Se habita. Es entonces, y no antes., cuando esta arquitectura se convierte en filosofía, una máquina de emocionar, de trascender, de hacernos tocar este más allá. Un proyecto no aparece cuando se lo plantea, ni cuando se lo construye, ni cuando se habla de él. Aparece cuando se vive. Es eso lo que le da sentido. Es eso lo que te cambia. Luego, si quieres, lo escribes. Otro señor(o) muy pesado y relativamente sabio que, en este caso, no era arquitecto, Martin Heidegger, escribió algo parecido a un manual de instrucciones al respecto. Visitar este tanatorio te convalida su lectura.