Escribir sobre una casa, incluso sobre una buena casa, tiene siempre un punto arbitrario. A veces te autoengañas pensado que lo haces para reseñar determinados aspectos positivos y singulares de esta construcción, pero en realidad lo haces porque te gusta. Esta primera impresión positiva arrastra luego unas intuiciones que podrás o no plasmar adecuadamente en un artículo corto, pero terminas por darte cuenta que lo que se valora es, precisamente, esta primera decisión azarosa. Si cobras por escribir, lo que no es mi caso, aparecen la presión por publicar, el factor moda y el gregarismo: si alguien ha publicado una casa y tú no puede ser que te pierdas algo importante, y así, por esta sucesión de decisiones esquizofrénicas, es cómo se crea un estado de opinión. Incluso, o especialmente, en el mundo académico.
Lo que sigue son unas reflexiones sobre la Casa Montsacopa de Olot, obra del estudio de Xevi Bayona, una casa que he tenido el privilegio de seguir desde los cimientos hasta que los propietarios han entrado a vivir a través de múltiples visitas de obra.
Empecemos por el qué. Esta casa es una vivienda entre medianeras ubicada en la falda del volcán Montsacopa, el más central de los tres que estructuran la ciudad de Olot, una vivienda para una familia numerosa que incorpora el puesto de trabajo de uno de sus miembros, una consulta de fisioterapia que requiere de una entrada segregada para no molestar al resto de sus habitantes.
Ahora, el cómo. Y aquí empieza la reflexión. La vivienda es el campo de actuación principal de la arquitectura, y es el campo de actuación más conservador de todos. Estereotipado desde hace décadas en una división entre zona de día y zona de noche, con sus espacios fuertemente jerarquizados no en función de las necesidades de sus habitantes, sino de la posición que ocupan en la jerarquía familiar, sea lo que sea eso. La vivienda convencional es la viva expresión del heteropatriarcado: la mujer en la cocina, el pater familias presidiendo la sala de estar, la pareja apropiándose de la habitación más grande de la casa, así como de uno de los baños, por mucho que sean los que menos horas pasen en una habitación, la televisión ocupando la posición de la chimenea, etcétera. Este topi de vivienda presenta una salud de hierro por mucho que no funcione, por mucho que su perpetuación deseduque con su sola presencia, por mucho que tenga poca flexibilidad, y lo hace por dos razones: es comprensible, y, como es comprensible, se puede vender. Este tipo de vivienda es fuertemente aspiracional por ofrecer una cierta ilusión de permanencia en una época donde todo es líquido.
La crítica a esta vivienda se ha hecho desde dos campos: la vivienda social y la vivienda unifamiliar promovida por familias acomodadas, pero no del todo, porque si son demasiado ricas se vuelven conservadoras. Es decir, desde la clase social que está en franca decadencia. Esta crítica, trufada de buenas intenciones, se puede resumir en una sola frase: cargarse las jerarquías presentes en el tipo de vivienda heteropatriarcal mainstream. Esta crítica ha caído en dos errores graves: uno, su rápida degeneración en un formalismo anquilosado y dos, su planteo desde una concepción finalista de la historia en la que ha caído la corriente principal de la arquitectura con pretensiones. Esto segundo ha llevado a obviar, cuando no a menospreciar, soluciones atávicas que hubiesen sido útiles en esta lucha contra la arquitectura heteropatriarcal. Al no pasar esto, algunas de estas soluciones, por muy celebradas y multipremiadas que estén, se han convertido en la crónica de una muerte anunciada que fracasará, generará incomprensión y consolidará todavía más el modelo heteropatriarcal conocido, así como todas sus faltas.
La Casa Montsacopa es una variación de este segundo modelo muy, muy interesante por cómo ha obviado estos dos errores, convirtiéndose en un modelo viable.
El primer error, el forma, se ha obviado no dejándose llevar por el sistema estructural. Lo que tendría que ser una casa proyectada según la lógica estricta de unas crujías perfectamente cuadradas que definían estancias cuadradas se ha convertido en un organismo que ha pervertido su estructura allí donde ha hecho falta a base de módulos-cojín que han permitido a Xevi disponer pasillos, galerías, la cocina y otros espacios que, modulados estrictamente, hubiese nacido muertos por su ineficacia y su dimensión demasiado grande o demasiado pequeña. Esto se ha hecho con tal elegancia que pasa desapercibido al ojo humano a no ser que se busque expresamente. Tampoco se le han caído los anillos a la hora de sacar una columna cuando estorbaba, como es el caso del aparcamiento.
El segundo error, no hacer caso a la historia, se ha obviado trufando la casa de una riquísima batería cruzada de referencias que van desde un poco de Japón hasta las arquitecturas de Louis Kahn pasando por experimentos más nórdicos y muchas, muchísimas alusiones a las arquitecturas vernáculas locales. La casa es una reinterpretación de muchas soluciones ya ensayados con éxito en el lugar a lo largo de los siglos.
Fin de la digresión. Ya os puedo hablar, por fin, del cómo: habitaciones cuadradas (siete) a las que se accede por puertas convencionales que se abren y se cierran fácilmente, y que cierran bien, garantizando la privacidad de los habitantes de la casa, volcadas a una especie de espacio complejo y amorfo hecho a base de cubos interconectados que forma los espacios de encuentro: pasillos, escaleras, recibidores, también una gran sala de estar, la cocina, el comedor, etcétera. Es decir: puedes estar solo y puedes estar acompañado. Es decir, las habitaciones se han diseñado para permanecer cerradas, no para estar abiertas e interconectadas en un gran espacio fluido donde regirá la ley del más fuerte en función de unos falsos ideales de transparencia y comunidad que podrán llegar a matar la intimidad por asfixia. Es decir, la Casa Montsacopa parte del respeto a todos y cada uno de sus habitantes, un respeto sin jerarquías, una concepción espacial que permite tanto la intimidad como el encuentro. La privacidad y la comunidad. Y la familia como una de las expresiones de esta comunidad. Esta casa tanto puede servir para dos parejas bien avenidas como para un grupo de estudiante, para la familia que la está habitando ahora y para treinta modelos diferentes y alternativos de familia. Esta casa es una reinterpretación de lo que ya sucedía en una de las masías que pueblan los alrededores de Olot: la gran sala, las alcobas, los espacios de trabajo en planga baja. Y el lugar que crean.
Porque la casa está traspasada por el lugar. Cuando estás en su parte posterior te enfrentas a la ladera del Montsacopa, a las gredas de color negro, a la vegetación tan especial que cera el substrato volcánico, reconcentrada, saludable, sólidamente enraizada. Delante, Olot a nuestros pies, y el parque natural más allá y volcanes, muchos volcanes.
Pero todo esto no tendría sentido sin la belleza. Porque esto es lo que es la casa: un lugar que se identifica a través de esta belleza. La calidez de los materiales, la madera que la compone, que la soporta a través de sólidos pilares cuadrados de 24 centímetros, la cerámica de la planta baja, los elementos pintados de negro y verde, los círculos inscritos allá donde la estructura es de veras cuadrada a modo de testimonio mudo de esta cuadradicidad, un elemento que parece una tontería pero que nuestro ojo reconoce como forma primaria para quedar reconfortado. La belleza manifestada a través de la profundidad de la casa. Y es que la casa se puede llamar casa, pero en ningún caso se puede llamar objeto o caja: es un organismo penetrado por los cuatro elementos, que en un módulo a toda altura del porche tiene su propio árbol, que en otro son terrazas profundas con las persianas por delante, en otro medianeras, o paredes con ventanas. La casa tiene agua y aire y fuego y tierra. La casa es bonita, y esta belleza es lo que la particulariza más que otra cosa. Es lo que la identifica. No es un mal ideal a transmitir.